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AdVersuS, Año IV,- Nº 8-9, abril-agosto 2007
ISSN: 1669-7588
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Intelectuales: Nación, Religión y Política
LAS MALVINAS: VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS

Joaquín Roy
Universidad de Miami
e-mail:jroy@miami.edu

 

 

Un cuarto de siglo después de que, el 2 de abril de 1982, la dictadura militar de Argentina decidiera la invasión de las islas Malvinas, la escena actual revela que poco parece haber cambiado, a pesar de los dramáticos acontecimientos experimentados en el mundo. El archipiélago sigue bajo control británico y la cuestión de la soberanía está congelada, las comunicaciones con el continente son escasas y dificultosas, los desacuerdos entre ambos gobiernos se extienden más allá del protocolo y los posibles beneficios económicos de la exploración de recursos energéticos no representan incentivo alguno para las negociaciones entre dos bandos que entablan un diálogo de sordos.

Los 650 argentinos y 255 británicos que cayeron en el conflicto se preguntan si valió la pena. Para el balance de Londres, la conmemoración apenas le rendirá la satisfacción de haber probado que la violencia no revierte en beneficios. Para los demócratas argentinos, casi la única consolación es recordar que gracias a la irresponsable aventura del general Galtieri se aceleró al fin de la dictadura. Paradójicamente, eso se lo deben a Margaret Thatcher.

Aunque los militares argentinos están hoy escarmentados de tratar de manipular la soberanía nacional, la perenne arrogancia y desdén con que se miran cuestiones centrales siguen latentes. Entonces, apenas días antes de la invasión, pesa como una losa el raciocinio conque los mandos castrenses dieron las órdenes, sin apenas preparación estratégica y evaluación política. Los subordinados a los que se entregaba la misión la recibían entre estupefactos y fascinados.

Los primeros párrafos de los capítulos introductorios de Malvinas:la trama secreta, de los periodistas de Clarín Oscar Raúl Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo Van der Kooy, el mejor libro sobre el conflicto, son lúcidos. En el lead dramático de este clásico del periodismo investigativo, el vicealmirante Juan José Lombardo, comandante de Operaciones Navales, es citado por su superior el almirante Jorge Isaac Anaya, integrante de la Junta Militar. Sin más, le dijo: "le ordeno que prepare un plan de desembarco argentino en las islas Malvinas". Luego de recuperarse del impacto, Lombardo ingenuamente se atrevió a preguntar: "¿Qué va a pasar después de tomar las islas?" La lógica aplastante le golpeó con furia: "Usted no se preocupe por eso, porque no le compete. Limítese a elaborar el plan para tomar las islas; el resto viene después".

El resto fue mucho más complicado que el rosáceo panorama expuesto por Anaya. Pero esto tampoco lo vislumbraba entonces la máxima autoridad del país, Galtieri, ni siquiera cuando estaba confortado por buenas dosis de whisky y cigarros puros. Cuando recibió al general de brigada Mario Benjamín Menéndez en su despacho, la primera insólita pregunta no fue de índole estratégica ni siquiera política, sino inocentemente lingüística: "Dígame, Menéndez, ¿cómo anda su inglés?". Al contestarle Menéndez que "más o menos estaba igual" que cuando acompañó a su superior a Estados Unidos, Galtieri le recomendó: "Bueno, repáselo. Le hará falta". Siguiendo en su línea inocente, Menéndez inquirió porqué insistía en el reaprendizaje de lenguas: "Hemos tomado la decisión de recuperar militarmente las Malvinas", y allí le anunció la misión de hacerse cargo de su gobernación.

Como respuesta a las preguntas de Menéndez, su superior, el general José Antonio Vaquero, acerca del contexto general declaró: "los ingleses no saben qué hacer con eso [las Malvinas], van a gritar mucho, se van a enojar, van ponerse duros. Inglaterra ya no sabe qué hacer con las islas, les salen muy caras, están muy lejos. son 1.800 tipos que les dan trabajo permanentemente."

Todos estos preparativos de despacho habían sido detectados tanto por Londres como por Washington. Cuando ya Menéndez estaba aterrizando en las Malvinas, el presidente Reagan entabló comunicación con Galtieri, le advirtió que Thatcher respondería con la fuerza a la violencia. Al ver que el dictador argentino no daba brazo a torcer, Reagan terminó colgando diplomáticamente el teléfono con la convicción de que el argentino no había entendido nada.

En primer lugar, Galtieri no había comprendido que la falacia del aparente chantaje ideológico argentino, al presentarse como valladar de la lucha antimarxista en América Latina, no embelesaría la mente realista de Reagan.

Las grandes potencias no tienen amigos, sino intereses. Segundo, que los tiempos no estaban para experimentos y que en la fase decisiva del enfrentamiento con la Unión Soviética, Washington no se podía permitir el lujo de dejar abandonada a Thatcher por un capricho de unos militares latinos. Y tercero, Menéndez y Lombardo daban en el clavo: ¿cómo sus endebles reclutas se iban a enfrentar a unos experimentados infantes de marina y paracaidistas que eran diariamente entrenados para frenar las tropas del Pacto de Varsovia? Copyright IPS