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AdVersuS, Año IV,- Nº 8-9, abril-agosto 2007
ISSN: 1669-7588
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Intelectuales: Nación, Religión y Política
INSTITUCIONES CULTURALES, DISCURSO E IDENTIDAD*

Alejandra Niño Amieva
UBA- IIRS
e-mail:redaccion@adversus.org

 

 

Resumen:
Esta comunicación tiene por objetivo plantear algunos resultados derivados de nuestra investigación sobre una institución cultural en la República Argentina, tal la Comisión Nacional de Cultura, y con ello aportar a las perspectivas en debate en la Historia del Arte relacionadas con la importancia de estas organizaciones en la configuración, diseño y legitimación de un modelo de cultura e identidad.
Focalizamos el análisis de esta institución en un momento de alta movilidad y cambio social y específicamente en una publicación de la misma, vigente en el período 1947-1950, tal la Guía quincenal de la actividad intelectual y artística argentina.
Al respecto, el abordaje desde un análisis crítico discursivo nos permitió advertir el modo de organización y construcción de una noción de cultura como espacio de encuentro no conflictivo pensado desde una particular noción de concordia que, en cuanto alejada de las concepciones previas proclives a acentuar la peligrosidad del otro y la necesidad de su expulsión o confinamiento, configura un cambio radical en las prácticas discursivas del período.
Palabras Claves:
Diálogo - políticas culturales - Nacionalismo

 

Esta comunicación tiene por objetivo plantear algunas resultados de nuestra investigación sobre una institución cultural en la República Argentina, y con ello aportar a las perspectivas en debate en la Historia del Arte relacionadas con la importancia de estas organizaciones en la configuración, diseño y legitimación de un modelo de cultura e identidad.

En tal sentido y en el marco del proyecto titulado Utopías, revolución y reacción en las estéticas y en las poéticas artísticas del siglo XX - Argentina 1910-1980,1 nuestra investigación se orientó a indagar la concepción de Cultura impulsada por un organismo oficial creado en 1933 –en actividad a partir de la reglamentación que delimitó sus funciones en el año 1935– y vigente hasta mediados de la década del cincuenta, tal la Comisión Nacional de Cultura. Su actividad durante más de veinte años y la estabilidad de algunos de sus miembros sumada a la afinidad ideológica de los mismos, permitieron delinear una primera hipótesis respecto a la construcción de una noción y modelo de Cultura vinculado a la confluencia o síntesis de diferentes corrientes del pensamiento nacionalista argentino en una concepción de la misma como concordia, en cuanto particular espacio de unión y conformidad.

Focalizamos el análisis de esta institución en un momento de alta movilidad y cambio social y específicamente en una publicación de la Comisión, en el período 1947-1950. Si bien el seguimiento de aquello que nos interesaba detectar, podía llevarse a cabo en otros textos escritos disponibles (en los discursos en oportunidad de la entrega de premios, en el carácter de las producciones artísticas premiadas o en las publicaciones y compilaciones promovidas), la denominada Guía quincenal de la actividad intelectual y artística argentina –tal el nombre de la publicación– nos daba la oportunidad de analizar la concepción de cultura construida discursivamente por una institución oficial, en un corpus relativamente acotado y de interés.

La bibliografía publicada relacionada con el tema propuesto, ha indagado el período como momento (conflictivo) de recomposición de alianzas entre sectores políticos hegemónicos y nuevos actores (Altamirano 2001), como transición de la esperanza a la decepción –con el advenimiento del peronismo– del pensamiento nacionalista (Piñeiro 1997), ahondando las relaciones entre ambos, mediante el análisis de sus fuentes ideológicas y su persistencia en las ideas y prácticas políticas (Buchrucker 1987). Entre las numerosas investigaciones de interés,2 la tesis de A. Spektorowsky (2003) postula la emergencia en la década del treinta de una nueva derecha en la que confluyen a modo de síntesis dos vertientes del nacionalismo, antitéticas en un principio, esto es: la “integralista” –que el autor mencionado identifica con la derecha más reaccionaria– y la “populista” –que reconoce en FORJA principalmente– y cuya máxima expresión adquiere pregnancia durante el gobierno militar de 1943-1946. Entre las características de este pensamiento de síntesis integralista-populista, destaca su adhesión a nociones tales como las de antiimperialismo, justicia social o modernización económica cercanas a un modernismo reaccionario (Herf 1984), del cual tal derecha podría pensarse como una variante local. Algunas investigaciones en el ámbito de las artes visuales relacionadas con los discursos estatales y que focalizan sus análisis en el primer y segundo período de la presidencia de Juan Domingo Perón (Giunta 1999, 2001; Gené 2001), consideran los espacios oficiales como ámbitos en los que las normativas impuestas desde el poder político, circulan como sugerencias y tampoco de modo excluyente (Giunta 2001:76). Otras avanzan sobre los años treinta del siglo XX destacando el impulso –a través de las obras premiadas en los Salones Nacionales– de un programa de intenciones nativistas (Penhos 1999).3

La Comisión Nacional de Cultura fue creada por Ley 11.273 (Régimen Legal de la Propiedad Intelectual, 1933);4 de acuerdo al artículo 70 de la misma, debía estar conformada por doce miembros,5 en representación de instituciones que, conforme los fundamentos del proyecto (impulsada por Roberto Noble) se consideraban “los núcleos” que participaban “en el proceso de creación de nuestros valores artísticos y culturales”.6 El artículo 69 establecía sus funciones, entre ellas la de proponer al Poder Ejecutivo, la creación de premios de estímulo y becas de perfeccionamiento artístico, literario y científico dentro del país y en el Extranjero.7

En el año 1946, en oportunidad de la elevación de la memoria de la Comisión (correspondiente al año anterior) al Poder Ejecutivo, se reseñaba la actividad desplegada durante la última década, destacando el hecho de haber otorgado en diez años, la cantidad de 232 becas y 450 premios.8

La acentuación de una línea de continuidad desde su fundación y la descripción cuantitativa son recurrentes en las memorias de años precedentes. No obstante, en algunas oportunidades, la elevación del informe presenta definiciones de interés, tal el caso la memoria correspondiente a 1943, uno de los años en que la presidencia de la Comisión estuvo a cargo de Carlos Ibarguren. En él se alude a:

(...) una novedad introducida de indudable alcance social, la práctica de grandes espectáculos periódicos destinados exclusivamente al público de obreros (...)
Esta obra de extensión popular se hizo extensiva la música, ofreciéndose conciertos sinfónicos en los locales obreros de los diversos barrios suburbanos, ciclo que fue coronado con una gran audición simbólica gratuita en el estadio del Luna Park (CNC, 1943:7-9)

El interés por la forma de vida de los sectores obreros, formaba parte de las preocupaciones de un sector del nacionalismo argentino desde décadas anteriores; las investigaciones del Museo Social Argentino ilustran al respecto, institución a la que pertenecieron dos de los miembros con mayor estabilidad en la Comisión,9 a saber, Carlos Ibarguren y Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast).

Una mirada sobre las personalidades que conformaron la Comisión Nacional de Cultura, ya desde sus inicios,10 nos ilustra sobre su composición ideológica afín al llamado Nacionalismo Restaurador (Buchrucker 1987); la llegada del peronismo al poder y la renovación del Congreso, no alteró sustancialmente tal composición, si bien algunos de sus miembros ya habían virado hacia posiciones cercanas al nacionalismo populista. El de la Comisión Nacional de Cultura, pareció un espacio propio e indiscutible de determinados sectores ideológicos y mucho menos disputado que otros en el ámbito legislativo, como la Presidencia de la Cámara de Diputados, cargo que le hubiera correspondido al legislador electo con mayor cantidad de votos –Ernesto Palacio– y que recayó finalmente en Ricardo Guardo. Hacia abril de 1947, fecha de la publicación del primer número de La Guía, la Comisión Nacional de Cultura estaba conformada por Ernesto Palacio (Presidente y miembro en representación de la Cámara de Diputados); Diego Luis Molinari (en representación de la Cámara de Senadores); Carlos A. Emery (interventor de la Universidad Nacional de Buenos Aires); Paulino Musacchio (interventor del Consejo Nacional de Educación); Gustavo Martínez Zuviría (director de la Biblioteca Nacional); Carlos Ibarguren (presidente de la Academia Argentina de Letras); Horacio F. Rodríguez (director del Registro Nacional de la Propiedad Intelectual); José M. Páez (vicepresidente de la Sociedad Científica Argentina); Carlos S. Damel (representante de la Sociedad General de Autores Teatrales); Leónidas de Vedia (representante de la Sociedad Argentina de Escritores); Athos Palma (representante de las Sociedades Musicales)  y Justo Pallares Acebal (Secretario General Interino).

Durante los 75 números de esta publicación oficial, la presidencia de la Comisión estuvo a cargo (sucesivamente) de: Ernesto Palacio,11 Carlos A. Emery (durante un breve período, julio a agosto de 1947 y como vicepresidente en ejercicio de la misma), Antonio P. Castro (agosto de 1947 a septiembre de 1959)12 y José María Castiñeira de Dios (desde octubre de 1950).13

Una primera aproximación a La Guía, cuya tirada inicial fue de 20.000 ejemplares, permite advertir la persistencia de algunas características de su diseño original en los 75 números. Como secciones fijas permanecerán: “Conferencias”, “Artes plásticas”; “Música”, “Teatro”, “Coreografía” y “Noticiero” o “Acción de la Comisión Nacional de Cultura”. Un grupo de artículos que tuvieron breve aparición (sólo en los primeros números), pueden leerse como pertenecientes a una misma sección –por su afinidad temática– y de interés, tal: “Los bailes criollos” (Nº 2); “Leyendas o costumbres de la antigua selva. La Telesita” (Nº 3); “El misachico” (Nº 4), “Antiguas costumbres del pueblo argentino: Sortilegios y fogatas de San Juan” (Nº 5), “Consagración y alegría del trabajo en Argentina. La fiesta de la zafra” (Nº 6); “Faenas intrépidas del campo argentino. La Doma” (Nº 7) y “De la antigua juglaría criolla. La payada del payador” (Nº 8).14 Asimismo, durante los primeros 17 números, una nota alusiva a algún aspecto de actualidad, hace a las veces de editorial, sección que a partir del número 13, comienza a variar presentando reseñas o transcripciones textuales de actos de gobierno relacionados con la actividad cultural;15 finalmente y a partir del número 18, esta sección será suplantada por una breve biografía de personalidades destacadas de la cultura argentina.16 Estos últimos cambios coinciden con la modificación de la composición de la Comisión, a partir del ingreso de Antonio P. Castro, quien será su nuevo presidente hasta septiembre de 1950. También la portada presentará alteraciones: la inicial, con la leyenda del título y datos de la publicación, incluirá desde el número 18 al 70 la reproducción de un retrato o fotografía de la personalidad seleccionada; desde el número 70 al 75 volverá a tener las características iniciales (nombre y datos de la publicación) con leves alteraciones en el diseño.17La contraportada, en los números 1 al 72, presenta una reproducción de un dibujo, grabado o pintura de un artista plástico argentino, (Soldi, Ballester Peña, Guido, Soctti, Larco, Pettoruti, Gramajo Gutiérrez, Franco, De Larrañaga, Veroni, Nadal Mora, Aquino, Bellocq, Manzorro, Sorzio, Gasparini, Peña, Fernández Mar, Pacenza, entre otros), “inédito” en varios de los primeros números; desde el número 72 al 75, las reproducciones de imágenes serán suplantadas por una frase de Juan Domingo Perón.18

Atento los límites de esta comunicación, presentamos aquí una breve lectura de la presentación de la publicación,19 optando por su inscripción en el género editorial. Su ubicación privilegiada y su organización o estructuración general la acercan a este género, entendido como discurso de opinión y espacio de explicitación ideológica de los propulsores de esta publicación.20 Como forma de acción verbal compleja cuyo objetivo es persuadir al lector, contiene argumentaciones dirigidas no sólo a este último, sino también a la elite social y política; su análisis posibilita una lectura indirecta del marco ideológico que sustentan las definiciones y explicaciones con respecto una determinada cuestión; en nuestro caso, la concepción de cultura y, complementariamente, lo que queda fuera de la noción representada. Tal organización incluye: una definición o redefinición breve de una determinada situación, por lo general en tiempo presente y no sujeta a criterios de “objetividad”; una explicación de la situación definida o reseña de sus causas, centradas ya en circunstancias anteriores o en un contexto actual pero general; y finalmente, predicciones o recomendaciones: que pueden ser incluidas en la categoría de “conclusiones morales”, cuyo tiempo verbal por lo general es el futuro (van Dijk 1985 (1997):175 y ss).

Nuestro interés en la inscripción en tal género, tiene en cuenta que la interpretación que contempla la instrucción metalingüística (es decir, el género discursivo en que fue enunciado) permite una recuperación no naturalista de los sentidos de un texto; si una recuperación arqueológica de los mismos es posible, es precisamente, mediante la reposición de los géneros discursivos (Bachtin (1982):248-293, Mancuso 2005:174).

En tal sentido, la presentación, en el primer número y bajo el título “esta Guía” expone el carácter, responsabilidad y objetivos de la publicación, además de incluir explícitamente la concepción de cultura a la que adscriben los padres del proyecto. Su lectura más detallada resulta de interés, en la medida que compendia un alto índice de las representaciones sociales que aparecen reiteradamente en los números siguientes.

Desde el inicio es clara la intención de delimitar la progenitura de la propuesta y su impulso a cargo del entonces diputado Ernesto Palacio; en tal sentido es presentada como “natural consecuencia de propósitos y de planes enunciados y anunciados oportunamente por el presidente de la Comisión Nacional de Cultura”. Los objetivos de la publicación aparecen claramente delineados y calificados como “deberes impostergables”: dar cuenta de la “Cultura plena” la que se condensará “en concretas expresiones argentinas” en sus páginas; “registrar periódicamente” sus “múltiplesmanifestaciones”; “dar cuenta de ellas, en metódica y objetiva reseña”; referirse “a las manifestaciones auténticas de la cultura nacional”, esto es, “toda labor intelectual o artística meritoria, todo loable designio estético, todo esfuerzo creador de la inteligencia, toda tentativa para ahondar, preservar y expandir la cultura argentina”, que abarque (esto aparece descripto como interés fundamental) “el perímetro entero de la República, y no se circunscriba a la Capital Federal y dos o tres ciudades importantes” para “solaz, beneficio y galardón” de sus destinatarios. Este último, el “público”, es más adelante precisado como “la masa ya considerable de los que las suscitan con sus vivas aspiraciones de perfeccionamiento integral y las vigorizan con las definidas inclinaciones de su intelecto y de sus sentimientos”y luego caracterizado como “los que trabajan decididamente por la grande y eterna Argentina de nuestro anhelado apogeo histórico”, estadio cuasi mítico cuyo acaecimiento, implicará el cumplimiento de “nuestro destino nacional”.

Precisar los actores presentes en el texto, nos posibilita leer el esquema de creencias sobre los grupos sociales incluidos en él, mediante las asociaciones positivas y negativas que presentan. En primer lugar, la Comisión Nacional de Cultura; su mención es recurrente y su valoración tiende a destacar su protagonismo en los hechos culturales y en el destino de las “políticas gubernativas”, antes que su posible carácter auxiliar de otro de los actores, tal el “Estado, “el gobierno” o los “poderes públicos”. Este último aparece como nuevo agente que ha comenzado a intervenir en la cuestión de un modo decidido; en tal sentido, su valoración positiva se asocia a firmeza y decisión. El otro actor es el público, entendido como todos los habitantes de nuestro suelo, y asociado con los valores de vida, aspiración, perfeccionamiento, vigor, trabajo, simpatía e interés; constituido a su vez por organismos y personas: entre los primeros, las instituciones y entidades culturales; entre los segundos: los estudiosos y artistas más eminentes(entre ellos los del interior). En cuanto a las definiciones, la presentación incluye un diagnóstico de la cultura optimista e indiscutible: “Signos innumerables a la par que inconfundibles, revelan a las claras que nuestra cultura ha alcanzado en la actualidad un desarrollo admirable, lindero de la ansiada madurez y de lograda plenitud”. Diagnóstico por otra parte que ya enunciaba en 1944 Carlos Ibarguren, entonces Presidente de la Comisión, prácticamente en los mismos términos (CNC 1943:8). Asimismo, se caracteriza la cultura como “prodigiosa  esencia” en la que “se encierran, como en un cofre inviolable, el sentido y la finalidad de la vida” y por ello, “deja huellas imperecederas (...) tanto de la vida del individuo como de la vida de un pueblo (...) Es por sí misma una misión de eternas resonancias”. En ella se afirma, por un lado, una “cultura de la personalidad” y por otro, una “cultura nacional” conceptuada como “neta e incoercible”. Su carácter de “misión”, calificada como “angustiosa”, es afirmado mediante el uso del término reiteradamente y “consiste en encaminar la vida hacia lo eterno”; asimismo su carácter histórico la somete incesantemente a “nuevas misiones”. Más adelante, la “cultura plena” es definida como la “armónica” unión de “cuatro grandes irradiaciones” correspondientes a las “cuatro actividades principales del hombre” religión y moral (querer); arte (sentir); ciencia (pensar) y cultura material –economía técnica y todo el restante trabajo profesional, especialmente el social– (obrar). Respecto a las explicaciones, los indicios de la situación definida, son detectados en primer lugar en el protagonismo del“libro argentino” el que “se instala dignamente en creciente cantidad de centros intelectuales del mundo, principalmente en los del hemisferio americano” sumada a la “merecida nombradía” que adquieren “nuestros estudiosos y artistas más eminentes. Dentro del país y fuera de él, en suma, la cultura argentina se expande magnífica y respetadamente”. El momento que vive la República es definido como “era esplendorosamente renovadora”. El mérito del gobierno ha sido “vivificar” tal situación (ya existente) y el modo de hacerlo es a través de “una política gubernativa que asegura el bienestar en las capas más desamparadas de la sociedad, y enaltecida por el acceso cada vez más fácil de todos los habitantes de nuestro suelo a los nobles y supremos goces de la vida espiritual”. Con relación a las recomendaciones, la Comisión Nacional de Cultura se propone dar comienzo a una nueva etapa en su trayectoria, convocando con Ortega y Gasset “¡A bracear¡ que de ‘movimiento natatorio’ ha sido calificada (...) la cultura: ‘un bracear del hombre en el mar sin fondo de su existencia con el fin de no hundirse; una tabla de salvación por la cual la inseguridad radical y constitutiva de la existencia puede convertirse provisionalmente en firmeza y seguridad’”. No obstante, los riesgos existen y sobre ellos se alerta:

Cuidémonos, sin embargo, del inesperado naufragio que puede producir la misma Cultura, cuando vegetando tropical y enmarañadamente en torno del hombre, acaba por ahogarle, después de haberse mareado y perdido él mismo en su propia riqueza fabulosa, coronación mórbida de esa edad declinante que los filósofos denominan específicamente, “civilización” (1947 Nº1:1).

La Guía se propone como reflejo exacto de “la imagen fiel de una Argentina esclarecida”. La intención de objetividad es reiterada varias veces en el texto: además de brindar una “metódica y objetiva reseña” se propone anticipar al “público el programa de cada quincena y suministrarle una crónica sucinta, veraz y objetiva de la actividad registrada en las semanas anteriores”. La presentación concluye con una convocatoria a colaborar en la confección del programa de actividades, no sólo a instituciones tradicionales del campo, tales “universidades, museos, bibliotecas públicas, ateneos de arte y literatura, altos institutos de estudios religiosos y teológicos”, sino también a “centros pedagógicos, sociedades populares de educación y fomento cultural”, no obstante estos últimos no son comprendidos en la instancia de la distribución, prevista expresamente para “institutos de alta enseñanza, salones de arte, asociaciones de escritores y artistas, librerías, etc.”, quienes “tendrán a su disposición cantidad suficiente para distribuir”, además de “nuestras embajadas, consulados y centros culturales del exterior con los cuales la Comisión Nacional de Cultura está formalizando sus servicios de canje bibliográfico”.

La lectura presentada nos permite advertir en este discurso, la formulación de movimientos argumentativos centrados en la acentuación de las posiciones propias y una focalización menor en estrategias destinadas a desestimar opiniones contrarias. En  tal sentido, presenta cierta actitud publicitaria en la manifestación de un marco ideológico que se sabe no dominante ni socialmente compartido, pero tiene la intención de serlo; esto último puede explicar otra particularidad, tal la identificación poco explícita de los oponentes y cierta abstracción en las argumentaciones en términos de diálogo o discusión con los mismos.

La aproximación a la estructura ideológica del texto, posibilita destacar la importante elisión del conflicto (aun sin negarlo totalmente) que subyace en el mismo, en el que la “cultura” es formulada como espacio de conciliación y concordia de todos los sectores sociales y lugar de encuentro pacífico y necesario para la construcción de la nación. La inicial definición de la “cultura plena” como la “armónica” unión de “cuatro grandes irradiaciones”, correspondientes a las “cuatro actividades principales del hombre”, tal religión y moral (querer); arte (sentir); ciencia (pensar); y cultura material (obrar), complementariamente nos ilustra sobre lo que se encuentra fuera de ella: odio, rechazo, desaliento y resignación; insensibilidad y aletargamiento; irreflexividad y despreocupación; renuncia y no-producción. Esta noción asimismo, es entendida de un modo ordenado y jerárquico –riesgo sobre el que se llama la atención– y modo en el que también se acepta el concurso de otras voces.

Lo antes expuesto, permite advertir la formulación de una concepción de cultura, cuya delineación aparece en los discursos y prácticas previas de la Comisión Nacional de Cultura, y que, con la publicación de la Guía, encuentra una oportunidad de organización y estructuración discursiva. En tal sentido, el seguimiento de estas representaciones socialmente compartidas en grupos nacionalistas, que han sido abordados desde una lectura interesada en acentuar sus diferencias antes que a destacar sus convergencias, nos da algunas claves a los fines de plantear interpretaciones alternativas. Pero más allá de la identificación de diversos aspectos de los discursos nacionalistas, nos interesa aquí explicitar los supuestos de la noción de “cultura” que leemos en este discurso. Advertimos en el texto una concepción de la misma en la que se postula la posibilidad de un encuentro –con el/los otros– borrando su dimensión conflictiva. La línea de argumentación se aleja de una noción de concordia como consonancia entre elementos desemejantes, y se acerca más a la de conformidad de opiniones.21 Esto último se advierte en la orientación monológica y su escasa enunciación polifónica. Cabe advertir que esto es esperable en el género discursivo en el que hemos inscripto el análisis; sin embargo, en el discurso de opinión editorial, el otro como oponente con el que entablar la discusión puede estar acentuado (explícita o implícitamente), aspecto que –como antes señalamos– aquí tiende a eludirse. La voz del otro es relegada (en una primera aproximación). La “cultura” así concebida, en cuanto alejada de las concepciones previas de cierto discurso nacionalista que acentuaba la peligrosidad del otro y la necesidad de su expulsión o confinamiento, configura un cambio radical en las prácticas discursivas del período. No obstante, cabe preguntarse, bachtinianamente, las posibilidades reales de un encuentro significativo, i.e. dialógico así concebido. Este último, en cuanto tal, exige el enfrentamiento con un sentido no reductible a parámetros conocidos (Bachtin (1982)); estrictamente, “el diálogo no es una dialéctica simple o un cuestionario de preguntas y respuestas” (...) caso en el que “implica [sólo] un acuerdo, el nacimiento de una fraternidad en la que se está escondiendo el conflicto, actual o potencial” (Mancuso 2005:209).

En algún sentido podría leerse como respuesta a la llamada anomalía argentina (Godio y Mancuso 2006),22 e instancia de posibilidad de su realización positiva en cuanto abandono de las exclusiones en términos de pares opuestos y la necesaria expulsión definitiva del “otro” como condición de posibilidad (corporativa y excluyente) de realización. Pero, por otra parte, la integración de los opuestos, requiere precisamente del conflicto para ser significativa y con ello permitir su práctica efectiva, su condición de posibilidad es la fusión creativa de tradiciones y la búsqueda de un destino común, y no la mera conformidad y uniformidad de opiniones. Así leída, la elisión del enfrentamiento dialógico, i.e. el reconocimiento del otro como diferente para posibilitar su genuina expresión, en esta concepción de Cultura, conlleva tendencias clausurantes que se acentúan hacia el final del período analizado y que en nuestra publicación se manifiesta en la convivencia uniforme de múltiples personajes, presentados todos como fundantes en la construcción de la cultura nacional, despojados de sus enunciaciones conflictivas y con ello de sus potencialidades dialógicas.23 La discusión de estas cuestiones en textos artísticos visuales, en cuanto modelización dinámica secundaria (Lotman & Uspenskij (1971; Lotman (1996)), configura todo un programa pendiente y de interés en cuanto a la refracción y problematización de la voz del otro a partir del alcance de tal diálogo, la entidad de sus preguntas, el carácter de sus réplicas, su capacidad revulsiva y, complementariamente, el nivel de neutralización de los mismos, mediante su reducción significativa y lectura unívoca. En fin, un programa bachtiniano que apuesta a la posibilidad de resurrección de los sentidos.

El nivel de incidencia de las instituciones culturales públicas, oficiales, es constitutiva en la configuración de nociones como la aquí analizada (Cultura), como lo es también en la representación, definición y nivel de participación de los actores en las políticas culturales. La deconstrucción de las prácticas, entendidas en sentido amplio, configura uno de los desafíos actuales para los historiadores del arte, investigadores o gestores culturales. El menor prestigio o aptitud legitimadora que pudo haber tenido en ciertos períodos una institución de extensa vida, como la Comisión Nacional de Cultura frente a la emergencia de activos espacios impulsados y promovidos por la iniciativa privada, no debería habilitarnos a su desestimación acrítica. Esta última actitud, como su sobreestimación injustificada, consolida la resistencia a la explicitación de supuestos –contenidos en determinados núcleos ideológicos– que, por sus características elusivas del diálogo, deberían alertarnos sobre las reales posibilidades de discusión y consenso más amplio y democrático.

 

Notas:

[1]Programación Científica UBACyT 2004-2007, Resolución 2706/04-F185, Director: Hugo R. Mancuso.

[2]Whitaker (1962), Navarro Gerassi (1968), Zuleta Alvarez (1975), Beraza (2005), Halperín Donghi (2003), Piñeiro (1997),  Troncoso (1957),  Rouquié (1978), Baily 1967), entre otros.

[3] Ver también Burucúa (1999), Ciria (1983). Las investigaciones realizadas en las últimas décadas, exceden las aquí mencionadas. Consignamos sólo aquellas que se relacionan  con el tema  planteado y el programa de investigación propuesto hacia el final de esta comunicación.

[4] Su implementación efectiva y actuación regular, tuvo inicio en el año 1935 con la aprobación de su reglamentación interna.

[5] El rector de la Universidad de Buenos Aires, el presidente del Consejo Nacional de Educación, el director de la Biblioteca Nacional, el presidente de la Academia Argentina de Letras, el presidente de la Comisión Nacional de Bellas Artes, el director del Registro Nacional de Propiedad Intelectual, el presidente de la Sociedad Científica Argentina, un representante de la Sociedad de Escritores, uno de la Sociedad de Autores Teatrales, de la Sociedad de Compositores de Música Popular y de Cámara y dos representantes del Congreso Nacional.

[6] Cámara de Diputados, sesión del 29 de septiembre de 1932.

[7] Conf. Artículo 69 inc. a, Ley 11.273. Asimismo, también debía  dirigir y controlar conjuntamente con la Dirección de Arquitectura la construcción y funcionamiento del Auditorium Nacional, obra a realizarse por licitación  pública (art. 69, inc. c); integrar –a través de uno sus representantes por el Congreso– la Junta de Consejeros del Instituto Cinematográfico Argentino (inc.d) cuya creación, como así también el Instituto de Radiodifusión, se establecía por esta ley (inc.e); organizar el funcionamiento del Teatro Oficial de Comedias Argentino, a funcionar en el local del Teatro Cervantes de la Capital Federal.

[8] Leónidas Barletta, Samuel Eichelbaum, Baldomero Fernández Moreno, Raquel Forner, Alberto Ginastera, Alfredo Gramajo Gutiérrez, Leopoldo Marechal, Braulio Moyano, José León Pagano, Alberto Vacarezza, fueron algunos de los premiados por la Comisión; en cuanto a los miembros de sus comisiones asesoras, puede mencionarse a Jorge Luis Borges, Alejandro Bunge, Arturo Capdevila, Carlos de la Cárcova, Juan José Castro, Ramón Gómez Cornet, Carlos López Buchardo, Eduardo Mallea, Homero Manzi, Ezequiel Martínez Estrada, Manuel Mujica Lainez, Silvina Ocampo, entre otros.

[9] Debido a los extensos períodos en que estuvieron al frente de organismos cuyos representantes debían conformar la Comisión.

[10] La primera constitución del cuerpo contaba con los siguientes miembros: Dr. Enrique César Urien (vicerector de la Universidad de Buenos Aires),  Dr. Félix Garzón Maceda (vicepresidente del Consejo Nacional de Educación), Dr. Gustavo Martínez Zuviría (director de la Biblioteca Nacional), Dr. Carlos Ibarguren (presidente de la Academia Argentina de Letras), Ingeniero Nicolás Besio Moreno (Comisión Nacional de Bellas Artes); Horacio F. Rodríguez (director del Registro nacional de la Propiedad Intelectual), Reinaldo Vanossi (vicepresidente de la Sociedad Científica Argentina) Roberto Giusti (representante de la Sociedad Argentina de Escritores), Alejandro E. Berutti (por la Sociedad General de Autores Teatrales), Raúl H. Espoile (representante de la Asociación Argentina de Autores y Compositores de Música), Roberto J. Noble (en representación de la Cámara de Diputados) y Matías Sánchez Sorondo (en representación del Senado) como Presidente. Asimismo, la reglamentación creaba la figura del Secretario de la Comisión, con funciones precisas (art. 9), cargo ocupado en la primera gestión por Homero M. Guglielmini.

[11] Para una biografía intelectual de Ernesto Palacio, ver Buchrucker 1987:121 y ss; Barbero y Devoto 1983:71; Piñeiro 1997:93 y ss; Devoto 2002; Zuleta Álvarez, 1975; Sanjurgo de Driollet 2001, entre otros.

[12] Periodista e historiador autodidacta, corresponsal de La prensa en Concordia  (Entre Ríos) entre 1931 y 1936 y director del Palacio San José hasta 1943. Se trasladó a Buenos Aires y asumió la dirección del Museo Histórico Sarmiento en 1945 y desde julio de 1947, la titularidad de la Comisión. Autor de  Nueva Historia de Urquiza: industrial, comerciante y ganadero (1942),  Rasgos de la vida de Domingo F. Sarmiento (1946),  Epistolario entre Sarmiento y Posse (1947),  San Martín y Sarmiento (1947), entre otros, y de numerosos artículos periodísticos.

[13] Ernesto Palacio renunció a la Presidencia de la Comisión (no obstante permaneció como miembro hasta el mes de marzo de 1949); le sucedió el vicepresidente, ingeniero Carlos E. Emery (en ejercicio en agosto de 1947) hasta la incorporación de Antonio P. Castro como representante de la Dirección General de Cultura en julio de 1947; cabe aclarar que esta última había asumido las funciones de la Comisión Nacional de Bellas Artes, quien por el artículo 70 de la Ley 11.723, debía designar un representante. Antonio P. Castro asumió la titularidad del cuerpo inmediatamente después de su incorporación (por Decreto del PE Nº 22.124). Castro estuvo al frente de la Subsecretaría de Cultura (organismo creado por Decreto Nº 5415 del 26 de febrero de 1948) hasta julio de 1950. Asimismo, el artículo 70 de la ley 11.723 que había dado origen a la Comisión Nacional de Cultura fue derogado por el DL 1124 del 3 de febrero de 1958 con el que se instituyó el Fondo Nacional de las Artes.

[14] Se trata de textos interesantes a los fines de indagar su polifonía (Bachtin 1979).

[15] “La conferencia del Presidente de la Nación Argentina en la Academia de Letras” (Nº13, segunda quincena de octubre de 1947); “Exposición de trajes regionales en el Museo Nacional de Arte Decorativo” (Nº 15, segunda quincena de noviembre de 1947); “Distribuyó premios y becas la Comisión Nacional de Cultura” (Nº 16, primera quincena de diciembre de 1947).

[16]Paul Groussac, Gervasio Méndez, Almafuerte, Leopoldo Lugones, Juan Bautista Alberdi, Agustín  Álvarez, Carlos Guido Spano, Florentino Ameghino, José Sixto Álvarez, Miguel Cané, Vicente G. Quesada, José Ingenieros, Hilario Ascasubi, Lucio Vicente López, José Ramos Mejía, Rubén Darío, Joaquín V. González, Enrique García Velloso, Horacio Quiroga, Juan María Gutiérrez, Juana Manuela Gorriti, Bartolomé Mitre, Carlos Pellegrini, Calixto Oyuela, Pedro Goyena,  Guillermo Enrique Hudson,  Juan B. Ambrosetti,  Domingo F. Sarmiento, Ricardo Güiraldes, Alfonsina Storni,  Martiniano Leguizamón,  Ricardo Gutiérrez, Estanislao del Campo, Lucio V. Mansilla, San Martín, Eduardo Wilde,  Eugenio Cambaceres, José Manuel Estrada, Ernesto Quesada, Atilio  Chiappori, Adolfo Saldías, Rogelio Yrurtia,  Félix Frías,  Carlos Octavio Bunge, Euleuterio F. Tiscornia,  Julio Méndez, Agustín Riganelli, Ignacio Pirovano, Luis de Tejeda Francisco Antonio Cabello y Mesa (Nº 18 a 75).

[17] Cambio también coincidente con una nueva presidencia en la Comisión, a cargo de José María Castiñeira de Dios, a partir de octubre de 1950.

[18] “La grandeza de un pueblo se mide no sólo por su potencial económico y su fuerza numérica, sino también por el grado de cultura y el índice de sus valores espirituales. Perón” (Nº 72 a 75).

[19] Guía quincenal de la actividad intelectual y artística argentina, Año 1, Nº1,  segunda quincena de Abril de 1947:1-2.

[20] Un análisis completo debería incluir la recepción de tal discurso, cuestión que quedaría enmarcada en objetivos complementarios al presente trabajo, más interesado en ahondar en la construcción y explicitación de la noción de cultura emergente en un discurso de síntesis integralista populista.

[21] Traemos aquí la discusión de la noción en la tradición aristotélica (y su difusión por Cicerón) que reivindica el pensamiento nacionalista (especialmente el integralista); en el planteo al respecto en la Etica a Nicómaco, la concordia como amistad civil que comprende los intereses comunes y todas las necesidades de la vida social, no debe confundirse con la conformidad de opiniones; la noción también es abordada y profundizada en el pensamiento de Santo Tomas (otras de las fuentes  recurrentes de esta tradición nacionalista).

[22] La que conceptualizada como “originalidad” define el perfil potencial de  la comunidad nacional y pugna por su realización a través de tres dimensiones básicas: la política, la economía y la cultura. En cuanto modo potencial de desarrollo, compartida por un pequeño grupo de países (Australia, Canadá,  Nueva Zelanda y Uruguay)  durante la primera ola de Mundialización, incluye un pasado caracterizado  en nuestro país por asincronías regionales irresueltas. Su impulso zigzagueante, sus desiguales avances y retrocesos, dan cuenta de su persistencia pero también de la ausencia de su realización plena.

[23] Confr.  nota 16.

 

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