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INVESTIGACIONES

 

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Artículo
AdVersuS, Año III,- Nº 5, abril 2006
ISSN: 1669-7588
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[Uo date]
LOS LÍMITES DEL DIÁLOGO Y LA ABDUCCIÓN COMO ESTRATEGIA COMUNICATIVA
Alejandra L. Niño Amieva
UBA - IIRS - UMSA
e-mail: redaccion@adversus.org

 

Resumen:
El presente propone el planteo y discusión de algunas cuestiones que atraviesan un corpus breve de artículos de Charles S. Peirce y que dan cuenta de su interés temprano por los desarrollos en la psicología y el lugar que le destinaba en su Arquitectura de las Teorías.
Específicamente, se propone aquí, a partir de la lectura de tres artículos de la serie publicada en The Monist (1891-1983) y su interrelación con “Gessing” (1907), la problematización de la abducción como proceso clave en el conocimiento y posibilitador del diálogo (en sentido bachtiniano) entendido como expansión de la semiosis.
Más allá del uso instrumental de estas cuestiones presentes en la semiótica peirceana, las que pueden pensarse en el ámbito de la comunicación terapeuta-paciente, interesa al presente plantear ciertas categorías de la teoria lacaniana que parecen ser compatibles con la perspectiva peirceana en el análisis de la abducción, en cuanto proceso que posibilita pensar las relaciones entre psicología y semiótica y sus potencialidades performativas.
Palabras clave:
Conjetura – Semiosis – Conocimiento - Real

Abstract:
The present article proposes to raise the discussion of some questions that cross corpus brief of articles of Charles S. Peirce and gives account of his early interest in the psychology developments and the place that he destined in his Architecture of the Theories.
Specifically, the proposition here, from the reading of three articles of the series published in The Monist (1891-1983) and its interrelation with “Gessing” (1907), is the problematization of the abduction as a key process in the knowledge and as way to make dialogue possible (in Bachtin's sense), expanding the semiosis.
Beyond instrumental use of these questions in Peirce's semiotic, that we can imagine in the communication therapist-patient environment, this article proposes certain categories of Lacan's theory that seem to be compatible with Peirce's perspective in the analysis of the abduction, as soon as process that it makes possible to think the relations between psychology and semiotic and its potentialities.
Key words:
Conjecture – Semiosis – Knowledge – Real

Introducción

El objetivo del presente es plantear y discutir algunas cuestiones desarrolladas en el marco de la semiótica peirceana, las que dan cuenta del interés temprano de Charles S. Peirce por la psicología –disciplina que en un esquema general científico, consideraba sería de importancia en el siglo XX– como así también pensarlas en el marco de sus relaciones con la psiquiatría y la psicología clínica.

Numerosas son las incursiones de Peirce en este campo, en el contexto de sus reflexiones sobre las ciencias normativas (lógica, ética y estética). Sus investigaciones en astronomía (estudios de los colores, umbrales), geodesia y metrología le permitieron incorporar los avances en psicología experimental, específicamente lo relacionado con la percepción, ya tempranamente, para luego entenderlas en el marco de una teoría del conocimiento y lógica de la investigación. Asimismo, su impugnación al dualismo cuerpo-mente acentuada en sus reflexiones sobre la Ley de continuidad (mente-mundo), objetando la reducción de lo mental a un puro mecanismo material y sentando las bases de su doctrina sinejista, conforman ejes claves y básicos, íntimamente relacionados con la psicología, entendida en su arquitectónica como ciencia no independiente (es decir, interrelacionada con las demás ciencias humanas), en el marco plural e interdisciplinario de una comunidad de investigadores.

Uno de los espacios privilegiados por Peirce para introducir su lectura de la psicología es su lógica , en el marco de la conformación de una teoría del conocimiento y de la investigación. Es además donde se perfilan de un modo cada vez más claro, sus reflexiones sobre la ley de la continuidad mental en una comunidad y la ampliación de su concepción sobre la naturaleza de los hábitos. En todas estas cuestiones se encuentra implicada la cuestión de los límites del conocimiento y por ello del diálogo (Bachtin [1979]), como la consideración de las estrategias y posibilidades de expansión del mismo. La noción de diálogo bachtiniana en tanto manifestación de tensión o conflicto resulta aquí pertinente en cuanto transmisión creativa de información. Esta concepción, lejos de un intercambio neutro de preguntas y respuestas, postula la inevitabilidad del choque de sentidos, estrictamente el enfrentamiento o irrupción de una palabra ajena, la explicitación del diferendo:

Un sistema significativo existe porque existe esa ausencia y porque esos sentidos están sobredeterminados. Es indecidible y lo indecidible (...) es aquel núcleo de sentidos que fueron elididos para que ese sistema pueda erigirse como tal, con sus valores. Este sistema de sentidos es verdadero porque hubo sentidos que fueron cancelados. Por eso (...) la cita de Bachtin: “cada sentido tendrá su fiesta de resurrección” (...) una fiesta de resurrección que se asemejará más a una venganza, a un remoto acto de justicia, que por terrible, no puede ser dicha y ni siquiera es vista (Mancuso 2005:110)

Más allá del uso instrumental de estas cuestiones presentes en la semiótica peirceana, las que pueden pensarse en el ámbito de la comunicación terapeuta-paciente, interesa al presente seleccionar de entre algunas nociones comunes (inferencias inconscientes, memoria, atención, autocontrol, procesos inconscientes, entre otros) la abducción , en cuanto proceso que presenta cuestiones que posibilitan pensar las relaciones entre psicología y semiótica y sus potencialidades performativas.

 

“Gessing”

“El conocimiento no puede dar ni el más pequeño paso adelante con sólo la observación, debe hacer a cada momento abducciones” ( MS 692 cit. en Sebeok 1979), tal la importancia que Peirce asigna a la abducción en el proceso de conocimiento. Al respecto, desde “Deducción, inducción e hipótesis” (1878) ( CP 2.619-644) cuando distingue las inferencias lógicas, acentuando la inferencia hipotética, hasta la adopción del término abducción en sus lecciones sobre el pragmatismo (1903), ésta se va acentuando en su perspectiva teórica como operación lógica clave y ley de la mente, única posibilitadora de la generación de una idea nueva (creativa) y entendida como el proceso indiferenciado de formar una hipótesis explicativa.

Thomas Sebeok (1979:18), rescata lúcidamente un artículo de Peirce, escrito en 1907 y publicado en Hound and Horn (1929). “Gessing”, tal su título, resulta de particular interés en la medida que condensa las reflexiones previas de Peirce respecto al proceso abdcutivo. El artículo se centra en la pérdida de un abrigo y un reloj del personaje Peirce (durante un viaje en vapor de Boston a New York) y en el proceso de construcción de la hipótesis que finalmente permite su recuperación. Nada parece estar librado al azar en este relato que concentra múltiples cuestiones presentes en una instancia dialógica, comunicativa posibilitadora de expansión semiósica: el interés particular y compromiso ético-afectivo (en el relato, por la recuperación de uno de los objetos perdidos Peirce está dispuesto a ofrecer como recompensa su valor de mercado); la critica al positivismo y su privilegio de ciertos tipos de razonamiento (encarnada en la lógica de la agencia de investigación encargada de averiguar sobre la pérdida); la no ingenua consideración de los supuestos y prejuicios en el razonamiento; la alienación como categoría ineludible a considerar en el proceso de búsqueda de hipótesis explicativas, entre otras.

Una de las cuestiones presentes en el texto, de especial interés para el tema convocante, se relaciona con la noción de musement , como aquel estado particular de la mente que, para Peirce, está en la base de toda abducción.

En efecto, con la finalidad de recuperar lo perdido –consigna en el relato– “los camareros de color, sin tener en cuenta a qué cubierta pertenecían” fueron puestos en fila:

Fui de un lado a otro de la fila y hablé un poco con cada uno, tan dégagé como pude, de cualquier cosa sobre la que él (el ladrón) pudiera hablar con interés, pero lo que menos esperaría de mí era que sacara el tema, esperando que yo fuera tan loco como para ser capaz de detectar alguna pista que me indicada quien era el ladrón. Cuando yo había ido de un lado a otro de la fila, me volví y me separé de ellos, pero sin alejarme y me dije a mí mismo “no tengo ni la mas pequeña luz hacia la que dirigirme”. Pero entonces, mi otro yo (pues los dos están siempre comunicándose, dialogando) me dijo “simplemente tienen que señalar a un hombre, No importa si no aciertas debe decir quien crees que es el ladrón”. Hice un pequeño rodeo en mi camino, lo que no me llevó ni un minuto y cuando me giré hacia ellos, toda sombra de duda se había desvanecido. No hay autocrítica alguna, todo está fuera de lugar” (Peirce 1907 cit en Sebeok 1979 (1994):24).

Considerando que el relato concluye con la efectiva recuperación de lo robado por el camarero indicado por Peirce como sospechoso, el apartado transcripto parece incluir una intención de producir un efecto sorpresa en el lector, en la medida en que omite detalles aquí, respecto de los distintos elementos que conformaron la hipótesis acerca de quién pudo haber robado sus objetos, acentuando la caracterización de esta última y su proceso como una sugerencia abductiva que

(...) viene a nosotros como un fogonazo, es un acto de intuición (insight ), aunque de una intuición extremadamente falible. Es verdad que los diferentes elementos de la hipótesis estaban antes en nuestras mentes; pero es la idea de juntar lo que nunca antes habíamos soñado juntar lo que hace brillar la nueva sugerencia ante nuestra contemplación ( CP 5.181)

Los apartados transcriptos son reveladores en tanto dan cuenta de la caracterización del estado de musement propuesto por Peirce, como un puro juego desinteresado de la mente que “no envuelve otro propósito que el de dejar a un lado todo propósito serio”, sin regla alguna, “excepto la misma ley de la libertad” ( CP 6.458). Se trata de un estado mental de especulación libre, sin límites de ninguna clase, en el cual la mente juega con las ideas y puede dialogar con lo que percibe: un diálogo no sólo con palabras sino también con imágenes, en el que la imaginación juega un papel esencial y lo que es fundamental, entendida como producción mental completa, alejada de una concepción nominalista de primera impresión de los sentidos.

(...) yo diría: “sube al bote del musement , empújalo en el lago del pensamiento, y deja que la brisa del cielo empuje tu navegación. Con tus ojos abiertos, despierta a lo que está a tu alrededor o dentro de ti, y entabla conversación contigo mismo, para eso es toda meditación”. Sin embargo, no es una conversación sólo con palabras, sino ilustrada con diagramas y experimentos como una conferencia ( CP : 6.451).

En el relato, Peirce (el personaje) mantiene durante su entrevista con cada camarero, “un estado pasivo y receptivo” (Sebeok 1979 (1994):33), esto es, una no-resistencia a la afectación del mundo, manteniendo un control de todos modos, pero sin embargo ya no activo; permitiendo asociaciones imaginativas en las que opera una descontextualización de diferentes elementos (objetos, ideas, acciones) para su posterior recontextualización en una hipótesis en la que cualquier asociación será posible, pero siempre de signos previos y mediados. La novedad, el crecimiento del conocimiento será entonces la nueva relación (asociación) de tales signos previos y mediados que son transformados por la relación misma.

A lo largo de “Guessing”, como modelización de un proceso investigativo, Peirce, incluye consideraciones sobre la deducción y la inducción en cuanto modos de razonamiento y en cuanto tales, gobernados por una ley mental; efectivamente los resultados experimentales de su hipótesis, como la prueba experimental de la misma aparecen en el relato sin configurar estadios separados: su ley de la continuidad impide su consideración independiente.

En tal sentido y en íntima relación con lo anterior, dos artículos de Peirce, “La ley de la mente” ( CP : 6.102-163) y “La esencia cristalina del hombre” ( CP : 6. 238-271), postulan la continuidad entre los eventos físicos y los psíquicos, (impugnadora de todo dualismo) y son de interés, además, en la instancia de pensar las derivaciones de las relaciones entre semiótica y psicología.

En “La ley de la mente” (1892), Peirce parte de que las ”ideas tienden a propagarse de forma continua y a afectar a otras determinadas que se encuentran en una relación peculiar de afectabilidad respecto de aquellas” (CP : 6.104). Esta fórmula que Peirce adopta por conveniencia, es más tarde explicada: la afección de una idea por otra consiste en que

La idea afectada se atribuye como predicado lógico a la idea afectante en tanto sujeto. Así, cuando una sensación surge a la conciencia inmediata aparece siempre ya en la mente como una modificación de un objeto más o menos general. La palabra sugerencia se adecua bien a la expresión de esta relación. El futuro está sugerido por, o mejor, está influido por las sugerencias del pasado ( CP 6.142).

Luego para Peirce, las ideas no pueden conectarse sino por continuidad. Si bien propuesta como “ley”, tiene el carácter de principio regulativo en la comunicación y de ningún modo su sentido es rígido; es decir ninguna acción mental parece ser necesaria o invariable y la incertidumbre de la misma le es inherente; lo contrario implicaría el fin de la vida intelectual (CP: 6.148). Tales reflexiones constituyen la oportunidad para abordar la personalidad como “un cierto tipo de coordinación o conexión de ideas”. Peirce es conciente que admitir esto último no es quizás decir mucho, pero

(...) con todo, aún cuando según el principio que estamos esbozando, consideramos que una conexión entre ideas es ella misma una idea general y que una idea general es una sensación viva, está claro que al menos, hemos realizado un paso apreciable hacia la comprensión de la personalidad (CP 6.155).

En tal sentido el reconocimiento de otra personalidad se lleva a cabo por medios en alguna medida idénticos a los medios por los que se es consciente de la propia personalidad, lo que explicaría la peculiar penetración que algunas personas pueden obtener de otras.

En “La esencia cristalina del hombre” (1892), la continuidad es explicada mediante el análisis de la constitución de la materia y la teoría molecular del protoplasma, cuyas características físicas asocia a los tres tipos principales de acción mental; la función mediadora del hábito es destacada: “si el hábito es una propiedad primaria de la mente, debe serlo igualmente de la materia, como una clase de mente” (CP 6.269), luego toda mente participa de algún modo, de la naturaleza de la materia y sus aspectos físicos y psíquicos nunca son absolutamente distintos; comportan más bien una diferencia de intensidad que no implicaría ninguna diferencia de naturaleza. En tal sentido, la ley física es presentada como derivada y especial, y sólo la ley psíquica es primordial ( CP 6.26).

Pero otro artículo clave, “Evolutarionary Love”, ( CP 6.287-317) último de la serie de cinco artículos publicados en The Monist (1891-1893), presenta interés por su íntima relación con los artículos citados. En primer lugar, forma parte de las reflexiones de Peirce realizadas en un período en el que parece ocupado en reelaborar, completar y extender sus ideas tempranas.1 Configura asimismo una escrito integrador de los desarrollos expuestos en los anteriores artículos de la serie, los que a su vez aclaran y extienden cuestiones planteadas anteriormente; además al ser destinado a su publicación y realizada ésta finalmente, puede inferirse el interés de Peirce en su revisión, corrección y su alta conformidad –al menos al momento de su escritura– con sus propuestas aquí expuestas, de un modo más integral y menos experimental, tal como puede advertirse en algunos de sus manuscritos.

La importancia de este último artículo reside en su poder explicativo de la semiosis como proceso en el que la afectación mutua de las conciencias entre sí, a partir de lo que Peirce considera la ley general de la acción mental –esto es, la continuidad– posibilita su evolución (expansión) inclusive “en ausencia”; especialmente el artículo se concentra en uno de los tres tipos de evolución propuestos como modelos explicativos, esto es, el amor creador o evolución agapástica .

El agapismo como ley “operativa en el cosmos”, remite a la distinción entre eros y ágape implícita en el artículo de Peirce, tal como lo señala Hausman:

It is important to emphasize that the creative love which Peirce identifies is different from eros. The operative principle, agape, is not a power or force that constrains or is constrained by precedent or previously conditioned directions. It is dynamic. But it is permissive. Moreover, in its permissiveness it embraces discord. For Peirce, disharmony was integral to evolutionary love. He says that God's love, agapastic love, embraces and needs hatred(…) (Hausman 1974: 11-25).

Peirce lo destaca al señalar que

Todo el mundo puede ver que la afirmación de San Juan es la fórmula de una filosofía evolutiva, que enseña que el crecimiento procede únicamente del amor, no diré del auto- sacrificio , sino del impulso ardiente de colmar el más alto impulso del prójimo. Supón, por ejemplo, que tengo una idea que me interesa. Es mi creación. Es mi criatura; como se muestra en el Monist del pasado julio ["La esencia cristalina del hombre"], es una pequeña persona. La quiero; y moriría por perfeccionarla. No es aplicando la fría justicia al círculo de mis ideas como las haré crecer, sino queriéndolas y cuidándolas como lo haría con las flores de mi jardín. La filosofía que extraemos del evangelio de Juan es que ésta es la forma en que la mente se desarrolla; y en cuanto al cosmos, sólo en tanto que es mente, y por lo tanto tiene vida, es capaz de ulterior evolución. El amor, reconociendo gérmenes de amabilidad en el odio, gradualmente lo acoge a la vida, y lo hace amable ( CP 6.289).

La distinción ( eros / agape ) no deja de ser significativa, puesto que el interés de Peirce parece centrado en evitar pensar la operatividad de ese principio como subordinado a fines predeterminados; el eros configuraría el tipo de amor que busca un completarse ante una carencia, su principio dinámico sería la atracción de una perfección que se desea y se busca en cuyo desarrollo la novedad estaría ausente ante la gravitación significativa de la finalidad instaurada al inicio del proceso. No es este el principio que Peirce considera adecuado para explicar su filosofía evolutiva, esto es, no parecería suficiente puesto que si bien Peirce considera necesaria la existencia de un propósito, este propósito es precisamente el “desarrollo de una idea”, en el que además opera –conforme lo adelante expuesto– la “incertidumbre de la acción mental” posibilitando la actualización (expansión) novedosa o creativa de tal idea.

El desarrollo agapásico del pensamiento es definido por Peirce como “la adopción de ciertas tendencias mentales (...) por una atracción inmediata hacia la idea misma, cuya naturaleza se adivina antes que la mente la posea, por el poder de la simpatía, esto es, en virtud de la continuidad de la mente” ( CP : 6.307).

El apartado de “Evolutionary Love” antes transcripto incluye referencias al evangelio de Cristo según San Juan y al que denomina “el evangelio de la avaricia”. En ambos detecta la explicación y justificación del principio operativo en una filosofía evolutiva o elemento común fundamental para la expansión (creativa) de la semiosis: elamor, término que a fines del siglo XIX y desde siglos anteriores, perdura en calidad de núcleo ideológico destinado a explicar/justificar el cambio o dinamismo; hipersigno que opera en los diversos modelos explicativos de la evolución de la realidad, i.e expansión de la semiosis.

Su crítica al “evangelio de la avaricia” es fuertemente irónica; destaca entre las consecuencias de la reificación de las cuestiones económicas que advierte en el siglo XIX, “la exageración de los efectos beneficiosos de la avaricia y de los resultados desafortunados del sentimiento”; esto último es subrayado en varios pasajes del artículo insistiendo en el respeto por los “juicios del corazón Inteligente” ( CP 6.295) declarándolo no exento de lógica y manifestándose partidario de un tipo de “sentimentalismo”, que parecería concebir como necesariamente parte de su doctrina del agapasticismo ( CP 6. 292,295).

En esta introducción, luego de haber descrito los dos evangelios representativos y operantes en esta instancia de la evolución del pensamiento, Peirce no esconde su propia “predilección apasionada” ( CP .6.295); tal predilección es menos producto de una postura acrítica y más una lectura particular y al “calor del sentimiento” del evangelio de Juan, dejando a un lado la noción de autosacrificio propia del cristianismo: “el evangelio de Cristo [Juan] procede de que cada individuo integre su individualidad en simpatía con sus vecinos” ( CP : 6.294); “simpatía” o continuidad inherente a un desarrollo agapásico (CP: 6.307). La referencia al cuarto evangelio, atento a las diferencias que presenta con los evangelios sinópticos, es coherente con sus reflexiones aquí presentadas: su carácter de texto comunitario, la importancia del amor como mandamiento principal que contiente a los demás (J 15, 12) y la concepción en la tradición juánica del amor como el “dar la vida” por aquellos a quien se ama (J 10, 11.15.17).

 

Consideraciones

Las consideraciones precedentes, pretendieron expandir los alcances de “Gessing” y explicitar algunos de sus supuestos en el marco de la semiótica peirceana como así dar cuenta de las dificultades que Peirce reconocía en el estudio de lo psicológico.

En tal sentido, las referencias al reconocimiento de otra personalidad, no sólo explica sus efectos: “la extraordinaria penetración que algunas personas pueden obtener de otras”, sino constituye un programa cuya reflexión y ejercicio tiene alcances altamente revulsivos. En alguna instancia, la “especialización” en tales cuestiones a partir de la comprensión de su lógica, permitiría una aceleración de la dinámica semiósica y con ello, su expansión específicamente en el ámbito de una cultorología interesada en la explicitación de sus núcleos conflictivos y opuesta a la naturalización de los hábitos; explicitación posible (para Peirce) a partir de la detección de sus efectos pragmáticos. Asimismo, sus implicancias en el ámbito reducido de una comunicación intersubjetiva, paciente-terapeuta (en Peirce siempre de todos modos social y comunitaria), no es menor: la adopción de ciertas habilidades abductivas en la escucha del paciente podrían configurar instancias de decodificación del lenguaje verbal (y no verbal) del otro de cierta complejidad, tal los ideolectos en cuanto sistemas simbólicos.

En la base de la formulación de una hipótesis, está la detección de una anomalía, la que formulada como pregunta permite la consideración de una respuesta probable, que si bien como un “relámpago” acude a nuestra mente, tiene su partida en el estado de musement , en el que, tal como se caracterizó más arriba, conviven no sólo palabras, sino también imágenes, figuras, diagramas.

 

Otras cuestiones

En Peirce, la abducción (en cuanto proceso posibilitador de una hipótesis) y la hipótesis misma, no configura un metalenguaje. En Peirce como en Lacan y en cierto postestructuralismo (Derrida), no hay metalenguaje (si bien la explicación para tal aseveración difiere en cada uno de ellos).2 Proponemos pensar aquí la relación entre la no concepción de una hipótesis como metalenguaje –y en general la imposibilidad de existencia de un metalenguaje [verdadero]– en Peirce, y la concepción lacaniana de significante; este último, lejos de un mero representante material (de la idea mental) es concebido como representante (sustituto) de una falta, de una ausencia y que como tal, viene a llenar un vacío.

Aquel campo sígnico que estamos dispuestos a interpelar al detectar en él una anomalía (y que origina una pregunta) encuentra su respuesta y adquiere existencia en su misma trama significante: en la búsqueda de la respuesta se termina de producir la respuesta buscada. Esta respuesta o “verdad” buscada, no obstante no aparecería en Peirce (como en cierto posestructuralismo) reducida a un “efecto de verdad”, sino como una experiencia (de verdad) y en tal aspecto, la postura de Lacan es cercana a la de Peirce. La respuesta menciona el objeto que falta en el campo sígnico en cuestión, no hay distancia “objetiva” entre tal campo sígnico y la respuesta: no se trata de una respuesta sobre el campo sígnico que busca una correspondencia supuestamente real en el campo en cuestión. La respuesta es parte continua, forman una misma continuidad con el campo sígnico, implica una hendidura, una brecha en tal campo por la que algo cae fuera del mismo, no de la respuesta, sino del campo sígnico y al que la respuesta sustituye.

Asimismo, en “La ley de la mente” (párrafo antes citado), Peirce destaca que una idea general o personalidad (aquí podríamos decir: una hipótesis, una respuesta)

(...) no es una cosa que se pueda captar en un instante. Se ha de vivir en el tiempo; y tampoco ningún tiempo finito puede abarcarla en toda su plenitud. Con todo, se encuentra presente y viva en cada intervalo infinitesimal, aunque especialmente coloreada por las sensaciones inmediatas de aquel momento. La personalidad, en la medida en que se capta en un momento, es autoconciencia inmediata (CP: 6.102-163) [el destacado es propio].

al suponer un flujo continuo de inferencias a través de un tiempo finito, se admite una conciencia objetiva mediata de todo el tiempo en el último momento, en el que se conocerá o reconocerá la serie entera como conocida antes, excepto el último momento que será irreconocible a sí mismo, y en tal sentido, su carácter indecible configurara en alguna medida su límite en el diálogo o comunicación. En el presente (en el último momento) hay una incompletitud que es a la vez posibilidad o capacidad de creación, de nuevo conocimiento, en el futuro.

La respuesta/abducción de la que hablamos en el sistema peirceano participa de algún modo de las características de lo Real lacaniano: si bien no se puede alcanzar, no se puede evadir o eludir (es decir, de hecho podría eludirse mediante la enunciación metalingüística, y con ello la clausura sígnica). Lo Real produce una serie de efectos y es reconstruible sólo posteriormente. Es menos importante el estatuto de su realidad (en cuanto es un núcleo imposible) que su capacidad de arranque, su aptitud para poner en marcha el conocimiento creativo, la generación de una nueva idea. En otros términos, no es su “real existencia” en la realidad lo que le da entidad, sino sus propiedades (producir efectos en la realidad simbólica). Si lo Real es un límite (en cuanto inalcanzable, inabordable) sin embargo sus efectos son lo que impiden una clausura; en términos peirceanos podríamos decir, ellos son el argumento olvidado a favor de su realidad.

Si la abducción participa de las propiedades de Lo Real lacaniano (especíticamente en su paradójico carácter de imposible-ineludible), cabe preguntarse qué sujeto es compatible con él. En Peirce el sujeto es mente, es idea/signo que circula (por “ley”) de modo contínuo. En Lacan, podría afirmarse lo mismo, en la medida que es capturado una red significante. En ambos es difícil, si no extremo pensar la disolución del sujeto en una red sígnica /significante. En Lacan se trata de un sujeto que desea un deseo, en Peirce también podríamos pensar en un sujeto que desea un deseo: el énfasis está puesto en el amor (agape) al desarrollo de una la idea, más que a la idea misma. Ama una idea y porque la ama la hace crecer y crece con ella, no ama una idea para completarse, complementarse: “Supón, por ejemplo, que tengo una idea que me interesa. Es mi creación. Es mi criatura (...), es una pequeña persona. La quiero; y moriría por perfeccionarla. (...) las haré crecer (...) queriéndolas y cuidándolas (...)” ( CP 6.289).

El desarrollo agapástico del pensamiento debería, si existiese, ser distinguido por tener un propósito, siendo este propósito el desarrollo de una idea. Deberíamos tener una comprensión agápica o simpatética de él y reconocerlo en virtud de la continuidad del pensamiento (CP 6.315).

Asimismo, la continuidad destacada anteriormente, es en una temporalidad: hay una serie de funciones mentales que se dan entre la formulación de una pregunta (que es ya una respuesta provisoria y conforme lo anteriormente expresado participa de las propiedades de lo Real lacaniano, en cuanto imposible pero inevitable) y la estimación de su plausibilidad, con posterioridad.

La serie completa de funciones mentales entre el tomar noticia del fenómeno maravilloso y la aceptación de la hipótesis, durante la que el entendimiento ordinariamente dócil, parece desbocarse y tenernos a su merced, la búsqueda de circunstancias pertinentes y su disposición, a veces sin nuestro conocimiento, su escrutinio, el trabajo oscuro, el estallido de la asombrosa conjetura, la observación de su tranquilo ajustarse a la anomalía, como si se moviera de atrás para delante como una llave en una cerradura, y la estimación final de su Plausibilidad, las reconozco como componentes de la Primera Etapa de la Investigación. A la forma típica de este razonamiento la denomino Retroducción (CP 6.469).3

La pregunta/repuesta no es abordable para Peirce en su totalidad, es inalcanzable (“ningún tiempo finito puede abarcarla en toda su plenitud”, pero en torno a ella, en su trama (singificante) se construye en un proceso creativo, una (nueva) idea. Y en tal sentido, es expansión semiosica (nuevo conocimiento) en tanto desarrollo agapásico.

Peirce afirma:

El desarrollo agapástico del pensamiento es la adopción de ciertas tendencias mentales, no del todo descuidadamente, como en el tijasmo, ni ciegamente por la mera fuerza de las circunstancias o de la lógica, como en el anancasmo, sino por una atracción inmediata hacia la idea misma, cuya naturaleza se adivina antes de que la mente la posea, por el poder de la simpatía, esto es, en virtud de la continuidad de la mente (CP : 6.307).

Luego, concibe el desarrollo del pensamiento por hechos fortuitos (casualidad), por necesidad y por continuidad. Este último (desarrollo agapásico ) podríamos pensarlo como relación del orden simbólico en cuanto diferencial (Lacan); relación que no tiene un fin predeterminado, no viene a completar una falta ( eros ), sino que toma el lugar de esa falta, hay una falta común que es la base de la relación simbólica; en términos peirceanos, que circula de forma continua y se instaura a modo de interpretante final (nunca definitivo y para siempre, pero efectivo aquí y ahora en un pensamiento comunitario); no osbtante podríamos pensar mejor el desarrollo agapásico como relación del orden de lo Real : como coincidencia de polos opuestos; el final de la cita de Peirce antes transcripta posibilita esta lectura: “El amor, reconociendo gérmenes de amabilidad en el odio, gradualmente lo acoge a la vida, y lo hace amable” ( CP 6.289), el agape incluye, abraza a su opuesto (como un estado imperfecto que nunca es un contrario).

 

El carácter dialógico de la abducción

La lectura anterior intentó plantear algunas relaciones entre la semiótica peirceana y la psicología clínica y psiquiatría; específicamente mediante la problematización de algunas cuestiones con el psicoanálisis y en cuanto la psicoterapia es una práctica de ambas. No se pretendió aquí un abordaje del psicoanálisis ni mucho menos agotarlo pero sí reconocer ciertas categorías de la teoria lacaniana que parecen ser compatibles con la teoría peirceana y potenciar sus reflexiones. De ese modo lo Real puede ser una categoría productiva para pensar los alcances del desarrollo agapásico, de la expansión del conocimiento, del crecimiento de la semiosis. En tal sentido, se intentó acercar algunas propiedades de la abducción –un eje central en la teoría peirceana– a lo Real (lacaniano) en cuanto categoría de interés para pensar los alcances del desarrollo agapásico, de la expansión del conocimiento, del crecimiento de la semiosis. Lo Real y sus determinaciones paradójicas posibilitaron pensar la hipótesis (parte y producto de la abducción), como un núcleo inabordable en su totalidad, pero también inevitable e imposible de eludir; permitieron considerar su realidad a partir de su capacidad de arranque para el crecimiento del conocimiento y la generación de nuevas ideas, mediante la reconstrucción posterior de sus efectos. Posibilitaron reflexionar sobre la abducción como proceso regido por una “ley” (en sentido peirciano) tal la continuidad, y esta última como propiedad del desarrollo agapásico.

Ahora bien ¿en qué medida estas reflexiones acerca de la abducción se relacionan con los límites del diálogo o comunicación? Algunas consideraciones han sido ya expuestas, pero cabe reiterar la concepción bachtiniana de diálogo como diferencia/diferendo y su manifestación como riesgo potencial en cualquier enunciación. Es en este sentido entendida la comunicación:

(...) la existencia o no de acuerdo no se relaciona con la capacidad comunicativa del lenguaje. El lenguaje comunica (cuando se está de acuerdo o no) justamente porque existe; no es una muralla que produce incomunicación, sino que es lo que permite evidenciar si se está de acuerdo o no, cuáles son los diferendos y cuáles no lo son, si bien los no diferendos son excepcionales (artificiales) y se logran a partir de la renuncia (voluntaria u obligada) de las idiosincrasias” (Mancuso 2005:206)

El proceso abductivo es fuertemente dialógico en este sentido, consciente de sus límites enunciativos y de su asimetría sígnica, que actualiza una ausencia impronunciable, de la que se puede dar cuenta en sus efectos, en sus consecuencias pragmáticas.

La serie publicada en The Monist , algunos de cuyos artículos han sido aquí citados, aparece atravesada por el interés de Peirce de abordar las condiciones de posibilidad del pensamiento, entendido como conciencia. El desarrollo agapásico explica en definitiva el proceso de enfrentamiento con el otro admitiendo la operatividad de la ley de continuidad como no-neutra en el que el disenso, el reconocimiento de la diferencia, está implicado; pero en la que también es posible la recuperación de una identidad que permite la acción y que, además, es autoconsciente de la imposibilidad de explicitación de la totalidad de los presupuestos de la misma.

Nos queda “conquistar la verdad mediante conjeturas” y en el programa Peirceano, podemos advertirlo, no es una cuestión menor.

Notas:
[1] Robert Almeder (The Fhilosophy of Peirce: A Critical introduction, Oxford: Basil Balckwell, 1980) ha destacado la importancia de los escritos peirceanos posteriores a 1890, caracterizados por el interés de Peirce en ampliar y completar sus investigaciones. Además es el período en que se retira a su residencia de Milford para dedicarse casi exclusivamente a la revisión de su obra.

[2] El rechazo completo un metalenguaje conlleva siempre un metalenguaje en forma implícita.

[3] Tomamos aquí el término retroducción como sinónimo de abducción, si por esta última entendemos el proceso de investigación en su totalidad.

Referencias bibliográficas:

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Artículo reelaborado a partir de la ponencia expuesta en Foros de Acta 2006: Semiótica y sus relaciones y la psiquiatría y la psicología clínica, Buenos Aires, Universidad Maimonides, 21 de abril de 2006.