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AdVersuS, Año II,- Nº 4, diciembre 2005
ISSN: 1669-7588
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HORIZONTE EPISTEMOLÓGICO  DEL RELATO SOCIAL MODERNO

Hugo R. Mancuso
UBA-IIRS-CONICET
e-mail: direccion@adversus.org

 

Postulado. El presente artículo plantea la reconstrucción de una estética: la del discurso anarquista concebido como la última utopía de los revolucionarios europeos (mayoritariamente expulsados, vencidos) y que los emigrantes intentaron finalmente realizar (nuevamente, como en el siglo XVI) en América. El término estética engloba, implica y presupone simultáneamente una epistemología y una ética.

Dicurso ácrata y anarquismo rioplantese

La literatura anarquista en el Río de la Plata (aproximadamente entre los años 1880 a 1920) testimonia la materialización textual de dos relatos centrales de la Modernidad, que a su vez tematizan sendas facetas del anhelo utópico de la búsqueda terrenal de la felicidad perpetua de Occidente, a saber: la tierra prometida (en este caso la América próspera y progresista, el antiguo Eldorado, las ilimitadas Pampas) y la conquista de la libertad (entendida como justicia social e igualdad), aún al precio de la emigración y de la lucha (revolucionaria e incluso a veces impiadosa y violenta).

La utopía libertaria (entendida como una superación del malestar de la vida cotidiana y de las injusticias estructurales de la sociedad) constituye ciertamente una de las tendencias más perdurables de la humanidad, casi como una cara opuesta de la más arcaica socialización.

Este anarquismo rioplatense (desarrollado por complejas causas endógenas y exógenas fundamentalmente en Buenos Aires, Montevideo, Rosario y áreas de influencias entre 1880 y 1920), presenta una particular ambigüedad entre una marcada tendencia a la rebelión social ácrata y justiciera y la asimilación a una búsqueda de la superación de la violencia mediante la aceptación o confianza del devenir inexorable del progreso; marcado resabio positivista común por otra parte, a toda la teoría y práctica de la filosofía de la praxis del ocho y novecientos (cfr. Grasmci [1975]: I).

Dicha ambigüedad se lee incluso en los representantes más radicalizados de la revolución utópica, regida siempre por parámetros determinados, limitando (aunque no descartando) el “voluntarismo” revolucionario por las condiciones objetivas de la misma (Gramsci [1982], [1984]). En gran medida se puede pensar el progreso, el positivismo, el determinismo social como posibles modos de readaptación del ácrata en su nueva re-socialización, progresista pero ordenada (cfr. et. Gramsci 1982).

Es en este contexto que podemos individualizar uno de los tipos más notables del anarquista en Occidente, un anarquista que parece apolítico pero que encarna una sutil variante, la de la resistencia a la hegemonía capitalista e industrial: el aventurero.

Una posible hipótesis de lectura del discurso anarquista y de su contexto, es leer el relato de aventuras como un texto animado por un personaje que es un anarquista “químicamente puro”, no siempre epidérmicamente progresista y casi nunca políticamente correcto; pero eso, justamente, era un anarquista para el imaginario de principios de siglo: un marginal, resentido, vengativo y peligroso. Asimismo el relato de aventuras es, también según la lectura de Gramsci, un elemento clave en el desarrollo de la conciencia proletaria.

El aventurero, verdadero motor textual de toda una literatura masiva e influyente, muestra las distintas variantes del tipo socio-textual y además exhibe notables polarizaciones contrarias: más o menos libertarios, más o menos imperialistas o al menos etnocentristas.  El aventurero anarquista es una interesante variación y fuga del emigrado: es un emigrado que escapa a las relaciones sociales consuetudinarias, a las relaciones de producciones modernas y que pretende reconstruir su vida en una tierra nueva, por lo general utópica cual Montpracem americana (copiando incluso a veces, las “ventajas” de la vida burguesa). Este emigrado anárquico, además de escapar de las relaciones de producción tradicionales,1 las concientiza y más aún pretende ser dueño total y absoluto de su destino y del destino de los demás; al menos de los que se encuentran embarcados en la misma nave de condenados (como Sandokan y Yañez y sus “trigrecillos”).

Esta asimilación entre aventurero y anarquista nos lleva a explicitar problemas ínsitos en la relación existente entre el discurso ácrata y liberador progresista de Occidente y su apertura al mundo que, desde el siglo XV, es el ámbito del llamado mundo colonial. Es decir, la ideología utópica, libertaria y revolucionaria del discurso anarquista, sólo tiene sentido en el universo del discurso y en el imaginario social del capitalismo moderno: constituye su condición de posibilidad dialéctica.

La relación dialógica entre el discurso ácrata con las culturas no occidentales y pre-modernas puede generar paradojas e incluso aporías que vacían sus prácticas textuales de sentido o producen respuestas textuales insólitas (cfr. v. gr. Forster 1924) lo que se testimonia de modo admirable en los varios ciclos salgarianos. El término “anarquista” por tanto, se entiende aquí  de modo amplio, abarcando todo su arco semántico e incluso atendiendo a prácticas generadoras de sentidos contradictorios (el ácrata político, el aventurero anárquico, el emigrante anarco sindicalista o el teórico del libero patto). La pluralidad de sentidos no contradice la hipótesis de lectura sino que más bien contrasta la riqueza semántica del término en el período analizado y la amplitud de prácticas generadas a partir de una noción hipersígnica amplia y contradictoria.

“Anarquista” resulta por tanto asimilable a términos tales como utopista, revolucionario, libertador, aventurero o subversivo; variantes todas del explotado inconformista, a veces a-social y resentido que subyace en todo ácrata, aún en aquel que encarna los más altos ideales solidarios y de búsqueda de venerada justicia. Esta contradicción terminológica encarna la ambigüedad de sus prácticas y la admiración y rechazo que generan (contemporánea o posteriormente) las diversas lecturas de las mismas.

Esta ambigüedad además, es la ambigüedad del aventurero, del héroe del folletín policial o de aventuras. Este desfasaje discursivo entre el ácrata-justiciero y sus congéneres oprimidos es el que se patentizó una y mil veces en algunas de las más crudas tragedias de la historia humana (cfr. v. gr. las reflexiones de Yañez en Il bramino di Assam). Esta contradicción, además, es la que implica la urgente y reiterada necesidad del discurso anarquista de legitimarse, incluso en los más variados contextos de supuesta homogeneidad básica (como el personaje del catalán en La Patagonia rebelde al tratar de convencer a los peones chilenos de la necesidad de continuar con la huelga).

Tal imperiosa necesidad de legitimación es la que –más allá de los supuestos teóricos implícitos– lleva al discurso ácrata a apelar a medios expresivos propios del naturalismo novelesco y de la sociología positivista que implican la ínsita aceptación de la dominante social, la cual funciona como un verdadero imperialismo “fronteras adentro” y como relaciones pedagógicas en última instancia de hegemonía naturalizada (cfr. et. Grasmci [1975]). Ciertamente esta aceptación posibilista y quizás inconsciente de la hegemonía se realiza en nombre o de la ciencia positiva o de la justicia, con lo que se legitima también la evangelización y salvación del proletariado internacional (obrero o campesino) en las verdades del socialismo universal: coherente y dramática contracara “sindical” de la globalización imperialista.

Naturalismo y Evangelio, he aquí reunidos dos de los más perdurables confines de la ideología narrativa (o narrativa ideológica) del relato anarco-revolucionario. Límites que más allá de sus variantes se patentizarán en el discurso quasi-ficcional o en el discurso pseudo-metatextual o ensayístico, en el que se modeliza el discurso en cuanto lenguaje, cuyo objeto referencial es una realidad naturalizada desde el laicismo humanista abstracto de la revolución absoluta y de la liberación definitiva de los explotados.2

Es este discurso el que copia o reproduce a la lettre las principales estructuras narrativas del relato naturalista y de la nouvelle de aventuras, las cuales buscan desesperadamente –luego de innumerables peripecias– el restablecimiento de la paz universal, presumiblemente definitiva, dentro del margen del universo discursivo de ese relato.  La rivincita de Yañez finaliza con el restablecimiento de la paz en el mundo relativo de Sandokan y Yañez, después de años de peleas, luchas, guerras, peripecias, derrotas y victorias. Los héroes (devenidos antihéroes para volver a ser finalmente héroes conclusivos) logran restablecer la serenidad en sus vidas, recuperar sus propiedades, restablecer sus derechos dinásticos, venciendo el mal relativo dentro de los márgenes éticos y estéticos de ese ciclo narrativo:

Ahora espero reinar por fin tranquilo y dedicarme por completo a mi hijo (Salgari 1913:158).

Este anarquismo rioplatense (i.e. inmigrante, politizado, activista) presenta una variante ficcional interesante y novedosa: el relato pedagógico. Es decir, ante la conciencia de la marginalidad de este discurso en relación con la hegemonía criolla, explicita la total asimetría existente en toda cultura llevándola hasta el límite y hace de ella una estrategia enunciativa militante, tendiente a disminuir la distancia entre el autor y el lector, mediante la presentación de un lector modelo abierto, instruíble, dinámico.

Una primera e interesante conclusión al respecto, es que la estética anarquista adopta la estructura del relato de aventuras; mantiene muchas de sus convenciones originales y distintivas, le suma las estrategias de la legitimación del ensayo sociológico positivista (imprescindible en el contexto de su práctica política) pero simultáneamente lo abre a una pedagogía enunciativa militante que trata de provocar –por momentos al menos– la mayor cooperación textual posible del lector proletario y cuyo objetivo prioritario es la definición de su conciencia de clase.

El relato anarquista es un relato heterogéneo, que problematiza la estructura textual hasta el límite, aumentando la conciencia del discurso hasta provocar una metatextualidad explícita que inicia un proceso de quiebre del relato naturalista moderno anticipando en décadas, sorprendente y notablemente, las prácticas deconstruccionistas contemporáneas.

Ese lector modelo del relato anarquista, por su parte, es un lector  lábil, marginal y heterogéneo: proletario, inmigrante, extranjero, “inferior” con relación a la hegemonía. Por ello ese lector se verá obligado, como condición de posibilidad de su existencia, a aceptar la hipótesis de comunicabilidad presentada por el texto, el cual –antes que hacerlo pensar en el marco de una estructura que el autor propone como legible– lo sumerge en una comunicación textual que lo obliga a “pensar” latu sensu. El relato anarquista no se resigna a no ser pedagógico, es su misión revolucionaria, su razón de ser textual.

El autor anarquista, sin embargo, modifica radicalmente la pragmática del relato moderno omnisciente preanunciando, lúcidamente y con increíble antelación, algunos postulados fundamentales de la teoría textual deconstruccionista y posmoderna al explicitar su carácter espurio y heterogéneo. Sin embargo una diferencia fundamental hace que éste sea todavía un relato decididamente moderno y por sobre todo militante; vale decir, el relato anarquista nos recuerda, posmodernamente, su heterogeneidad, su debilidad estructural, su ser mestizo y  la imperiosa necesidad de cooperación textual del lector para su realización pragmática. Sin embargo el rasgo distintivo militante y moderno todavía es clave: i.e.  el autor anarquista explicita, confiesa, testimonia la asimetría fundamental de toda enunciación y particularmente de este tipo de enunciación marginal y de esta consecuente recepción “inferior” y careciente. Sólo explicitando la diferencia se puede disminuir la desigualdad enunciativa, reducir la plusvalía sígnica y reconocer el derecho de producción sígnica de los márgenes semiósicos.

Es fundamentalmente en este sentido que podemos decir que la textualidad anarquista es un proyecto enunciativo y textual revolucionario que excede los límites y la fortuna misma del movimiento político del anarco-sindicalismo y que no sólo se continúa naturalmente en la teoría literaria gramsciana sino que incluso anticipa algunos de los postulados centrales de la semiótica contemporánea.

La voluntad de estilo de esta estética busca un lector modelo dinámico que reconozca una estructura narrativa abierta (en una apertura de segundo grado) y el reconocimiento textual de la misma (Eco 1994). La estética anarquista rioplatense pretende superar todo resabio positivista proponiendo la historización del texto y en ello, de los agentes sociales activos. Esta estética constituye una variante (quasi gramsciana) del dogma del realismo socialista luckasiano, para la cual no interesa tanto la representación de la realidad naturalizada y supuestamente objetiva del imperialismo textual dominante del positivismo tardío sino el uso pragmático y no esencialista de cualquier texto que “está allí y produce sus propios efectos” (Eco 1983).

Narrativa anarquista: dimensión ideológica de sus prácticas

Como queda dicho, la literatura anarquista es un antecedente resemantizado, redefinido y recontextualizado de la textualidad y de la teoría textual postmoderna. No sólo por la coincidente tensión entre un individualismo anárquico versus una sociabilidad historizada, sino porque ambos metatextos minan la referencialidad naturalizada propia de las distintas variantes (naturalista, racionalista, empirista, iluminista, positivista) del (hiper)realismo moderno.

En cierto sentido es la novela de aventuras, en sus primeras versiones “nobles” (v. gr. Robinson Crusoe) la que permite la transición y el quiebre entre aquella narrativa que naturaliza su referente (obviamente en la novela realista burguesa pero también antes, en la literatura renacentista o barroca) y una narrativa que se entrega al relato puro y a una función pragmática marcadamente pedagógica, publicista e incluso militante. El punto central de esta narrativa –que podemos denominar tardo-moderna o pre-posmoderna– es la desnaturalización y desalienación  del referente y la explicitación y tematización del referente intertextual, de modo tal que todo relato es prioritaria cuando no exclusivamente metatextual por su insuperable auto-referencialidad de base.

Todo texto acerca de la realidad es un complejo instructivo acerca de cómo debe leerse, entenderse y actuarse en esa realidad, es decir en ese contexto. En este programa auto-referencial de lectura es en donde radica la dimensión ideológica de un texto. Es allí donde podemos encontrar la primera gran novedad del relato anarquista el cual, guiado por su imperiosa justificación militante y pedagógica, se presenta como una versión popular y comprometida del Bildunsroman.

La adopción crítica y parcial de algunos de los ideologemas centrales de esta estética (con los aportes de la semiótica contemporánea y en el marco de una narratología general extendida) posibilitará definir la dimensión ideológica de las prácticas narrativas anarquistas del período y de su consecuente pragmática y su focalización en los actos y en los efectos de la escritura y la lectura; esto es, en la identidad que constantemente todo texto construye para sí y para los otros a través de los usos y de las estructuras de la retórica. El interés en este objeto de estudio  se justifica en última instancia en saber y reflexionar acerca de cómo y por qué se explica, justifica y legitima una determinada respuesta textual. Más aún, esta perspectiva  lleva a comprenderlas como una serie de respuestas las cuales están determinadas en sus contextos y consideraciones por el así llamado “otro”, i.e. otra parte de identidad indefinida, el otro que anida en toda identidad, en todo texto; el otro que es no-lógico con relación a alguna estructura o forma y en la que, cuando reconocida, hace posible nuestra comprensión de la estructura textual, la estructura o estructuralidad de la estructura.

La problemática general referida a las respuestas a y las relaciones de un texto, o más específicamente a la idea o identidad del texto, excede en mucho los límites de este trabajo. Sin embargo resultará ineludible reconocer que cualquier análisis retórico de las obras literarias implicará siempre también una respuesta ética a un acto de lectura determinado por la consustancial dialogicidad de la lengua.

Es interesante y fundamental observar que esta metodología aquí resumida y basada en postulados teóricos de la semiótica literaria recientísima encuentra, como se dijera, una curiosa anticipación en la teoría y en  la práctica artística de muchos autores anarquistas; hecho que adquiere una relevancia extraordinaria si consideramos que gran cantidad  de estos escritos son militantes, pedagógicos, explícitamente políticos.

Deconstrucción y Anarquismo

Todo texto presenta, desde una determinada lectura, elementos radicalmente subversivos entre muchos otros domesticados o domesticables. Descubrirlos es poder enunciar una buena lectura (good reading) que por ser tal no puede leer todo –todo texto posee elementos indecidibles, inenunciables e irreductibles– pero sí pueden llegar a ser ejemplos de actos de lectura o ejemplaridades interpretativas (Miller 1982; Hartman 1981; Kamuf 1991, 1997) que aúnan en el mismo acto, lectura desalienante, interpretación, análisis y escritura. Es decir una lectura que pueda mostrar –más que enunciar– la alogicidad de su situación de enunciado, las tensiones y contradicciones del discurso social al que responde.

Pero esa lectura estará, indefectiblemente, ahíta de contradicciones. Como ocurre con la práctica de escritura de nuestros anarquistas que representan “buenas lecturas” de su situacionalidad política y cultural  pero aunque develen la alogicidad del contexto, no son totalmente ajenas a sus contradicciones funcionales: una tensión permanente entre pragmatismo –o filosofía de la praxis– versus positivismo; entre voluntarismo versus determinismo.

Esas lecturas serán perfomances (i.e. interpretaciones, praxis, prácticas), lo que revela que en toda situación de enunciado hay siempre ausencia de algún ground definitivo o de algún origen o centro textual absoluto (metalenguaje objetivo).

Sin embargo permanece una cuestión irreductible: la ausencia de un ground textual definitivo ¿implica la ausencia de la historia textual o pragmática de ese texto? La ausencia o falta de un origen o centro textual absoluto ¿conlleva necesariamente la imposibilidad de un metalenguaje relativo pero quasi objetivo?

Una respuesta posible a estas cuestiones puede ser concluir que la deconstrucción  –que es toda (buena) lectura– es parcialmente indecible. Es decir, todo término conceptual, abstracto o universal (toda lectura que pretende ser definitiva, objetiva, “positivista”) es por ello una auto-contradicción porque en toda conceptualización hay elementos que hacen su sentido o valor indecidible. Lo indecible nace de lo indecidible de toda enunciación. Entonces, una perfomance es la ausencia de un ground de hegemonía absoluta –“ninguna hegemonía es absoluta” (Grasmci [1975])– lo que explica teórica y justifica prácticamente que la revolución anárquica sea posible.

Sin embargo se presenta otra cuestión no menos relevante: ¿es posible leer desde la no-hegemonía? Se lee semiótica o deconstructivamente  desde los márgenes de la hegemonía pero no desde fuera de la hegemonía, pues la lectura es una práctica dialéctica que pone en crisis la identidad por su diferendo con el otro. Esta dialéctica puede expresarse en los siguientes términos: el lenguaje natural (Wittgenstein 1953) mistifica permanentemente los hechos, refuerza redundantemente la hegemonía; pero una “buena lectura” en términos anárquicos deberá ser, para ser tal, una anti-teoría. Un simple análisis retórico, estructural, redundante, hermeneútico-restaurador es un oscurecimiento de la deconstrucción, es la antítesis de la lectura abierta anárquica. Una buena lectura anárquica es una “ética de la lectura” (Miller) y se formula como un anarquismo metodológico (a la Feyerabend):

(...) por ética de la lectura  quiero decir que el aspecto del acto de lectura en el cual hay una respuesta a un texto que es también simultáneamente necesitado, en el sentido que es una respuesta (response) a una irresistible demanda y libre en el sentido que yo debo tomar / asumir la responsabilidad por mi responsabilidad y por los efectos posteriores de mis actos de lectura (Miller 1987: 43).
Así entendida la deconstrucción no es ni más ni menos que la asunción de la responsabilidad del acto de lectura menos que una búsqueda para evitar la responsabilidad en nombre de un método institucionalmente aprobado de interpretación. Es decir: una buena lectura es su responsabilidad.

Esta conclusión de la semiótica deconstruccionista contemporánea es notablemente coincidente con la actitud y aptitud anarquista que imponía la búsqueda de una revolución social responsable en cuanto comprometida con el radicalismo internacionalista. Y es aquí en donde se evidencia uno de los puntos de tensión del anarquismo, y por ende de la deconstrucción: la desnaturalización y desalienación de este pragmatismo historicista absoluto encuentra una auto-limitación intrínseca en su metatexto teórico central, al acorralar al potencial individualismo extremo –cual ancla a la deriva libre–  en la apelación a la responsabilidad discursiva y al reconocer que si bien toda enunciación tiene consecuencias nunca indiferentes en su relación con el otro (al cual determina)  además es parcial, más o menos voluntarista; y por todo ello y por sobre todas las cosas, auto-referencial y metalingüística.

La enunciación anarquista es una buena lectura de su contexto, por ello es una enunciación responsable del mismo, pero su pragmática modifica su contexto de un modo conciente, activo y militante. Asimismo esta textualidad anárquica plantea los límites de esa enunciación posible pues al desnaturalizar el texto ajeno, implícitamente desaliena el propio aunque lo acepte como el único posible interpretante final, con vocación quasi universal; parcial, militante, responsable.

Una lectura, incluso una “buena lectura” como queda definida, puede ser entendida como una buena metáfora, una aproximación no-mimética y deconstructiva (hermenéutica o semiótica). La cuestión pendiente es si a esa buena lectura la deberíamos considerar necesariamente como neo-hegemónica o podemos proponerla como rizomática (Deleuze). Derrida nos deja con la imagen del “texto-mar” reformándose a sí mismo, como pensamiento intocado por el acto de lectura, dragado. El buen lector puede reconocer todas estas aristas (¿conscientemente?) como parte del acto de  responsabilidad de ser un buen lector. Ninguna teoría de la literatura puede siquiera dar cuenta de la totalidad del texto –sólo Peirce explica sin embargo el por qué–, siendo la buena lectura, en contra de otras cosas, la que nosotros reconocemos en la respuesta a la textualidad; lo que Derrida llama el concepto acreditado de la dominante noción de un texto que debe ser extendido y expandido (Wolfreys 1998). El texto desde esta perspectiva, es siempre el texto de una red diferencial, de una fábrica de trazos refiriéndose interminablemente a alguna otra cosa que a sí mismo, a otra traza diferencial (Derrida (1987)).

En este punto podemos perfilar otro objetivo teórico complementario: explorar pasajes y movimientos en el pensamiento crítico anarquista y en el desarrollo de la interpretación literaria y cultural. Así una investigación de este tipo es específicamente una narratología que dé cuenta de su diversificación, su deconstrucción y su politización: i.e. como la teoría y el estudio sistemático de la narrativa desde una radical superación del postestructuralismo y del reduccionismo marxista. Un estudio de este tipo, es decir una narratología extendida, es una teoría y estudio sistemático de la narrativa que pretende superar la disección a la que la sometiera el posestructuralismo.

Se pretende en consecuencia describir, desde un nivel de resolución teórico, la transición que del formalismo narratológico nos conduce al estructuralismo narratológico para el desarrollo de los principios y procedimientos de una nueva narratología e ilustrar el proceso de transformación, en una narratología capaz de conducir su pericia y experiencia de las décadas anteriores a fin de identificar narrativas donde sea que ellas puedan ser fundadas y enunciadas; es decir en todos lados. Las narrativas, desde esta perspectiva, se podrán identificar en toda la extensión de la cultura. La narratología contemporánea ha buscado e identificado narrativas en todas partes. La narrativa no estará entonces sólo confinada a la literatura.

Notas:

[1] Se puede citar innúmeros ejemplos, los más notorios de los cuales son los personajes del cine neorrealista italiano de la segunda posguerra, en particular en los filmes que tratan las causas y consecuencias de la emigración (tales como La terra trema, Novecento) o sus citas intertextuales recientes (como L´albero dei zoccoli; Babylonia, Babylonia; Cinema Paradiso).

[2] Lo dicho acerca del término “anarquista”  vale para “explotado”. En este contexto “explotado” es todo aquel  que de un modo u otro está al margen del orden burgués capitalista o que de alguna manera padece alguna injusticia. Su destino es el destino del expulsado, del outsider, del marginal gramsciano. Equivale a proletario, obrero o campesino como se preocupa en recordar reiteradamente Gramsci, pero no necesariamente es equivalente a anarquista, el cual podría ser el explotado con conciencia de serlo y que trabaja con sapiencia y voluntad para dejar de serlo; o a veces anarquista sería el liberador de explotados. Aún cuando para el teórico libertario la mayoría de la población de una sociedad injusta es víctima de esa sociedad injusta y por ende en mayor o menor medida es explotada por esa sociedad. El explotado es, de un modo u otro alguien expulsado y es en estos casos  que equivale a emigrante. El inmigrante, es decir el emigrante expulso y ya arribado, continúa siendo en la mayoría de los casos un explotado, a veces incluso más, porque a la explotación capitalista se agrega el desprecio por su extranjería y por su ambición de cambio subversivo. El explotado emigrado ambiciona, como Yañez, vivir  “por siempre tranquilo”.

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