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Presentación
AdVersuS, Año II,- Nº 3, agosto 2005
ISSN: 1669-7588
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“Basin Street in the street where all the dark & the light folks
meet down in New Orleáns –the land of dreams–
you´ll never know how nice it seems
or just how much it really means”
W.C.Handy – Bassin Street Blue

1. Ab Urbe condita, la constitución de un espacio común de diálogo, su ámbito natural de ocurrencia, es la condición de posibilidad de la cultura: su qualitas específica. La cultura, estipulándola así, conscientemente, y por definición como un fenómeno de culturas en contacto, se desvanece en una crisis permanente de entrecruzamiento radical y a veces destructivo de códigos que al enunciarse sobrepuesta o subrepticiamente definen un habitus de contacto crítico, de “lucha” continua: el espacio ciudadano.

2. La importancia teórica de la ciudad como tema culturológico puede ser abundantemente testimoniada por la literatura mítica, histórica, arqueológica y más recientemente antropológica. Asimismo, resulta por demás elocuente la ecuación que en latín resolvía el étimo civilitas en civitas –distinto dela simple Urbs– como sinónimo primero de Estado y después de Imperio que en el horizonte universalista de la Romanitas equivalía al Mundo (Orbe) conocido (o al menos relevante). Más tardíamente Vico prefería incluso hablar de “società civile” y en pleno fermento iluminista son los “ciudadanos” los quetomando la mítica Bastilla quiebran el Antiguo Régimen.

3. Los ejemplos de microtextos sociales podrían multiplicarse ilimitadamente hasta incluir metatextos explícitos tales como la Ab Urbe condita, de Tito Livio o la Aeneida de Virgilio en la cual el mito fundacional de la ciudad como origen de la civilización y de la cultura se expande al Universo. El denominador común de todos ellos es la permanente intuición de que la ciudad, aun vista desde el centro, desde la hegemonía, implica un proceso expansivo, trámite su constante crisis, de creación cultural porque aumenta (¿o permite?) el conflicto (y lo potencia). Y también es la única garantía de controlarlo, y más aun de programarlo mediante la resolución (traducción) de la Segundidad en la Terceridad de la mirada del Otro. El signo ciudadano se puede re-traducir “más fácilmente”, explicitar en otro signo, en un interpretante que lo contenga, con lo que simultáneamente, en lo inmediato lo controla, y en lo mediato lo re-entropiza aun más aguadamente. La signicidad ciudadana, por su expansión (por su contagio promiscuo) implica una apertura que roza lo caótico, la indeterminación y el riesgo del diálogo continuo. Esta exposición, en la Megalópolis, se transforma en la Apoteosis de la aniquilación sígnica, testimoniada sobradamente en la urbe post-industrial, ultraviolenta, y vaciada de identidad y de hegemonía explícita. La Megalópolis post-industrial se transforma en un campo de batalla de luchas tribales y mestizas, incontenibles y estériles. La “historia” ciudadana se diluye, el mito del origen es reemplazado por el anti-relato del folklore urbano. La urbanización es reemplazada por la simple ocupación y la aniquilación del espacio público (Esas caras pueblan los últimos “filmes ciudadanos” de Fellini: los turistas japoneses fotografiando desesperados “todo” –osea cualquier cosa–, o los vucumprà artificiales perdidos y ajenos al propio mestizaje cosmopolita y sígnico de la urbe).

4. Así entendida la ciudad es más que el continente de las relaciones dialógicas dualísticamente modelizadas. Es por el contrario el horizonte de expectativas de la cultura. Más aun, monísticamente concebida, es la metonimia “material” de lo social. Y en una teoría general expandida de lo social como sígnico y de lo sígnico como materia elaborada “sin más”, la ciudad es la cultura misma (o al menos su estructura genética): desde sus relaciones de producción, sus vías de comunicación y su urbanística. Resulta claro entonces que, así concebida, toda cultura es genéticamente urbana: producto del encuentro, conscientemente dirigido, con el Otro.

5. La importancia del relato ciudadano, de la fábula urbana, es irremplazable en la historia de los géneros discursivos. Se podría extremar la hipótesis afirmando incluso que todo relato, sublimada o tematizadamente, es un relato urbano: i.e. un texto social de lo social: un metatexto crítico. La interrelación entre la fábula ciudadana y el relato literario explícito es absoluta. En la gran literatura de autor, ya desde la literatura clásica antigua y sobre todo moderna, son incontables los textos constituidos desde o en un ámbito urbano específico. Infancia en Berlín o Diario de Moscú de Walter Benjamín serían dos ejemplos arquetípicos, en los que el “relato urbano” excede la simple ambientación regionalista o vacuamente localista para alcanzar la dimensión de signo. El autor, sensible al espacio ciudadano, es consciente de la historicidad del lugar y de su humanidad esencial y sobre todo de su irreductible conflictividad. El espacio ciudadano es un espacio de enfrentamiento y lucha por el criterio de verosimilitud de ese espacio (sociedad).

6. Esa conflictividad se agudiza en la poética contracultural de la literatura marginal en la cual se profundiza la identificación con lo urbano, como intento desesperado por afirmar un espacio común como resultado transitorio del conflicto.

7. Adueñarse de la ciudad patentiza cualquier triunfo bélico: desde el del “conquistador” hasta el del “liberador” pasando por el “revolucionario”. La gran batalla en el campo se ratifica o se pierde en la gran batalla urbana, a las puertas de la gran capital. “Hannibal ad portas”escapando de Roma o evitando la gran batalla urbana, renunciaba a dar lucha por el criterio de verosimilitud. Sólo con la caída de Bizancio se define la guerra secular entre el Oriente cristiano y el Oriente otomano. Y la gran gesta de Stalingrado sella la victoria que parecía imposible. Ocurre que poseer la ciudad implica poseer los medios de mediatización de esa sociedad. Es decir los medios de verificación de la verdad y del valor. Es en la ciudad en donde se define la guerra,y es la Comuna la que cristaliza la rebelión. En la ciudad comienza y concluye la guerra y la revolución. En dónde inicia y se quiebra el Mercado: en el foro o en la moderna Bolsa de Comercio. Y este axioma resultó evidente no sólo a los revolucionarios burgueses de la Modernidad sino a los Guerrilleros urbanos del ´78. Adueñarse de la ciudad significa concretizar la utopía (y por eso aniquilarla).

Publicado en Ad-Versus, V, 4-6, diciembre de 1994, Roma-Buenos Aires 7-12