Casi como una parafraseada confirmación de una olvidada tesis de Skinner (1971) el contacto entre culturas produce efectos no siempre previstos. Más aún, se podría afirmar que el “encuentro” entre culturas implica siempre resultados estrepitosos. Las culturas en contacto son, literalmente, “es-candalosas”.
El contacto entre dos Mundos confirma, dramáticamente y no en teoría, la lúcida visión gramsciana de la radical heterogeneidad de la Hegemonía (y también de sus márgenes) así como que las relaciones hegemónicas, en tanto relaciones pedagógicas, no sólo se dan en la estructura interna de una sociedad sino también en la relación dialógica entre los “estados”, los cuales podrían, hipotéticamente al menos, aprovechar esa fractura temporal de la hegemonía para incorporarse al proceso histórico dominante.
Evidentemente entonces, todo contacto entre culturas es potencialmente revolucionario.
Obviamente sin embargo, las Hegemonías en contacto no permanecerán pasivas y tratarán de reconstruir inmediatamente la estructura semiótica del poder (i.e. sus “bases” de legitimación) con la novedad, empero, de que deberán hacerlo al menos en dos frentes y tras un mínimo de “negociación”: en el frente interno y en el externo; presentándose en consecuencia, un mínimo de cuatro alianzas posibles: no sólo con los márgenes de su propio sistema, ni tan sólo con la otra hegemonía alternativa y concurrente, sino con la marginalidad del otro, aliena y extraña a su propio contexto de justificación no consuetudinario.
Dicho proceso se complica grandemente en el caso en el cual no existe, (en una primera aproximación al menos) in strictu sensu, Conquista (expansión del dominio) sino colonización (expansión de la hegemonía) y más emigración (en principio traslación de los márgenes y/o de las hegemonías alternativas): invasiones bárbaras, inmigración y procesos migratorios en general (exiliados, deportados, expulsiones en masa, migraciones forzadas por fenómenos extraordinarios, bélicos o meteorológicos).1
Un proceso harto similar podría darse –y así interpretarse, tal como señala reiteradamente Gramsci [1975: 3-6, 8-9, 21-23, 36-38, 71-74, 95-97, 248-256) en la relación entre los “Estados Nacionales” (incluso entre las subculturas constituyentes, a comenzar por la propia estructura de clases, de los mismos). Esta hegemonía interestatal ejemplifica con mucha mayor claridad la apertura ilimitada de las alianzas de clases posibles que se repiten, isomórfica aun cuando intercruzadamente, en el propio seno de las culturas.
De haber sido algo más que un metatexto reaccionario explícito, se le podría reprochar a la tesis del “Fin de la Historia” su escasa, si no nula, profundidad: su tragicómica puerilidad. Más todavía, se podría declarar aún más fugaz que las ideologías seculares cuyas cenizas decretara enterrar. Sin embargo no superó el caso de ser una intuición que, revestida en el ropaje de una “autopsia prematura”, preanunciaba, pretendiéndola ocultar, la inminente explosión histórica subsiguiente, encarnada en el resurgimiento de los nacionalismos fundamentalistas, y el peligroso desequilibrio táctico-estratégico que implicó la finalización del “Guerra Fría”. Las innumerables guerras “calientes” subsiguientes, interminables y de resolución incierta, son un bochornoso testimonio de ello.
No obstante desde la perspectiva teórica aquí esbozada, el “Fin del Milenio”, coincidentes con los “Quinientos Años” del Descubrimiento de América, nos presentan un fenómeno sumamente curioso: estaría dándose, amén del obvio “Renacimiento de la Historia” –es decir el agudizamiento de las luchas de clases atrincheradas en el fundamentalismo creciente y contenidas por décadas– el inevitable reflujo (deseado o no) de las “Ideologías Revolucionarias”, es decir un reflujo de las culturas marginales en la petición de principio por la construcción de sendas hegemonías alternativas y de reconocimiento del propio derecho de producción sígnica. Esto implicará forzosamente, el consecuente reflujo de los ideales de la Modernidad, la refundación del Estado Moderno, aunque ya no en los abstractos principios del Racionalismo o de la Ilustración, sino más bien en la dialéctica maquiavélica por la cual se pretende introducir, más o menos crípticamente un discurso progresista y reformador en el corazón del poder. La refundación del Estado Moderno, basado en inextricables alianzas de clases producto de un formidable e inasible proceso de contacto cultural, profundizándolo conscientemente en el contexto de un modelo semiótico dinámico de relación entre las hegemonías alternativas mediante la utilización de un metatexto del cambio (i.e. de la adaptación sígnico-jerarquizada y no de la repetición) y de la diferencia, de inspiración viquiana, explicitando una ideología de la ética de “la acción colectiva estimable y considerable” en el contexto de una sociedad universalmente planetizada y, literalmente, contaminada. Es decir, nunca más “pura” (admitiendo que alguna vez lo fuera).
En un mundo de miseria y marginación creciente, de expansión de oscuras endemias oscurantistas de corte medieval aunque en clave postmoderna, de indefinibles guerras civiles de “frente triple” y genocidas, de deportaciones en masa, neocapitalismo salvaje, fundamentalismo reaccionario y racismo vivificado, la tesis del “Fin de la Historia” y de la “muerte de las ideologías” –la sola herencia intelectual del capitalismo tardío y de la fugaz alianza de clases de la alianza neoconservadora– resultaría groseramente ingenua si no fuera por su patetismo brutal y vulgar. Más aún podría aparecernos sorprendentemente semejante al Holocausto nuclear tan vívidamente deseado por el derrotado ex-nazi Martín Heidegger en la inmediata post-guerra.
En conclusión, en el presente contexto de desenfrenada Historia conscientemente creciente, cabría esperar el Renacimiento de la Modernidad y de sus ideales (libertad, igualdad, fraternidad) prematuramente autopsiados en ocasión del Bicentenario de la Revolución Francesa. O al menos bastaría con la búsqueda de la aproximación entre la Libertad y la Igualdad sin mutuas exclusiones.
Búsqueda cínicamente ridiculizada y rechazada por los ideólogos cripto-reaccionarios de la Postmodernidad y por los profetas de la New Age y del Tercer Milenio.